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La sangre de su sien se había coagulado en la zona donde había rozado la bala, formando una costra pegajosa por encima del arco de su oreja. Sin embargo, lo peor era el brazo. El precario vendaje que había improvisado ya estaba lleno de sangre y debería cambiarlo en breve, pero eso no le importó. Solamente estaba allí sentado, con la mente en blanco, mirando el pálido cadáver de Betty con los víveres que había intentado proteger desperdigados por el suelo de aquella solitaria carretera. La verdad era que había comenzado a quererla. No tenía esperanza de sobrevivir a largo plazo, pero le agradaba el tiempo que había estado con ella, aunque nunca se lo hubiera dicho. Ella había muerto sin saberlo, injustamente, igual que su esposa. Y eso lo atormentaba, reavivándole sentimientos y recuerdos que dolían como nada en el mundo.

Permaneció allí sentado a su lado durante todo el día, la tarde había pasado y ya comenzaba a anochecer, pero Mike no se apartó de allí. No escuchaba otra cosa que no fueran sus propios pensamientos, hasta que algo le llamó la atención. La luz del sol ya había caído por completo, y el cielo era rojizo otra vez. A la distancia, oyó el sonido característico de aquellos demonios. Un sonido rasposo, chasqueante, gutural y aterrador. Pero Mike no se movió de su posición. Le daba igual si lo despedazaban allí mismo, ya no podía perder nada más de lo que había perdido.

Continuaba observando el cuerpo con melancolía, a pesar de que las sombras de la noche ya habían comenzado a cubrir todo, reduciendo la visión. Veía sus manos pálidas, de piel tersa y dedos finos con pequeños anillos de fantasía en algunos de ellos. Unas manos que quizá para algún futuro noviecito le habrían parecido la cosa más sensual del mundo, y que ahora yacían allí, en el medio de un solitario camino. Tomó una de ellas y se la besó, con delicadeza casi paternal, mientras aquellos gruñidos comenzaban a acercarse paulatinamente.

Cuando vio al primer demonio, aquel ser sin rasgos faciales y amorfos, a una distancia no demasiado lejana de su posición, de repente supo que debía hacer algo. Ella no hubiera querido que Mike se rindiera tan fácilmente. Y como un fuego alimentado por una brisa de aire salvadora, el instinto básico de supervivencia le venció al dolor. Tomó la Glock de la cintura del cadáver, se levantó lo más rápido que pudo utilizando el fusil de asalto como bastón, jaló el armador con un chasquido seco y comenzó a correr lo más rápido que pudo. Los chasquidos rugientes de las criaturas se intensificaron, y comenzaron a perseguirlo.

Mike corrió sin mirar atrás, con una mano sosteniendo la pistola 9MM y con la otra el fusil. En el estado adrenalínico que lo dominaba, aquellos tres kilómetros se hicieron eternos. Ya había recorrido casi un kilómetro y sus piernas no daban más de sí, no tenía ni idea como iba a hacer para continuar los restantes dos kilómetros que le faltaban hasta el pueblo. Extenuado, se detuvo, jadeando con la boca abierta y el rostro empapado en sudor, aun a pesar de que la noche se hallaba fresca, y se giró sobre sus talones. Cuatro demonios se acercaban a él rápidos como el rayo, pero Mike levantó la pistola y les disparó, por inercia. No les hizo daño, las balas tan solo los repelían unos metros deteniéndolos un instante, pero luego volvían a atacar. Sin embargo, observó que a uno de ellos le había dado un tiro en una pata, haciéndolo caer al suelo entre chillidos. La bala había entrado limpia en lo que a simple vista podía considerarse como una extraña rodilla, partiéndola en dos. La criatura se había derrumbado al suelo, entre chillidos guturales, retorciéndose como un insecto envenenado. No lo mataría, pensó. Pero quizás sí podía detenerlos lo suficiente como para poder llegar al pueblo sano y salvo.

Le disparó en las patas al resto, pero aquellas criaturas se movían demasiado rápido. Gastó todas las balas de la Glock y cuando ya no tenía más disparos, levantó el fusil y disparó dos ráfagas de diez balas, cercenando a uno de ellos que por poco se le abalanza encima. El último dio un salto buscando atacarlo como un animal salvaje, pero Mike se agachó en el momento justo. El demonio voló por encima de su espalda y cayó del otro lado, a lo cual Mike aprovechó para dispararle a quemarropa en ambas patas.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora