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Tenía frio cuando se despertó, causando que tanto sus pezones como su piel estuviesen erizados. ¿Qué hora sería? ¿Dos, tres de la madrugada? Pensó. Le ardía un poco la garganta, y pensó que tal vez pillaría un resfriado. Había sido una tonta al dormirse destapada, agotada de tanto llorar en cuanto Liam le dio el contundente ultimátum, amenazándola con el divorcio. Algo que jamás había imaginado de él, ni siquiera en sus peores pesadillas. Sin embargo, era real. Estaba sucediendo ahora mismo, para su desgracia. En cuanto se sentó en el borde de la cama y se calzó las pantuflas, lo miró de reojo por encima del hombro, viéndolo dormir con las mantas cubriéndole hasta la mitad de la espalda, en sueño profundo. Roncaba por lo bajo, apenas audible.

Abby dio un suspiro, se puso de pie y caminó en la oscuridad hasta la puerta abierta de la habitación, ya que tenía sed y necesitaba ir a la cocina, para servirse un vaso de agua mineral. En cambio, nunca imaginó lo que iba a sucederle, algo increíblemente atroz. En cuanto dobló a la derecha y se enfrentó al pasillo que conducía a las escaleras, la vio. Al principio no supo definirla con claridad; tan solo era una sombra, un bulto en el techo, tan negro como la propia penumbra casi total de la noche, que envolvía por completo la casa. Podía escuchar sus jadeos, grumosos, como si tuviera algo atorado en la garganta, el sonido que la puso en alerta y la hizo paralizar de terror al mismo tiempo, sin poder dar un paso más.

Aquella cosa se movía despacio, como si fuera una gigantesca araña de cuatro patas. Tenía cabello, un largo cabello que le caía recto hacia el suelo, y también ropa. Parecía reptar por el techo como un animal, pero luego se movió rápidamente. Dio dos brazadas hacia adelante y se desplomó hacia el suelo, cayendo sobre los brazos y las piernas como si fuera un gato. Lo comprendió, aquella cosa era un humano, una mujer. Abrió la boca para gritar, pero no pudo emitir sonido alguno. También quería volver corriendo a la habitación y encerrarse allí, pero no podía moverse. Hasta que, en un gesto grotesco, repentino, y antinatural, aquella criatura se irguió sobre sus piernas. Tenía las rodillas invertidas haciendo que sus piernas se asemejaran a una V puesta de lado. Y se movía de forma espeluznante, oh Dios, lo peor de todo eran sus movimientos, pensó Abby, en pleno horror. Sus movimientos y los sonidos que salían de ella. Solo en ese momento pudo gritar, en cuanto vio que aquella cosa caminaba hacia ella con los brazos extendidos. Dio un alarido tan grande que creyó que se le reventarían las cuerdas vocales.

Liam dio un sobresalto en su cama al oír el chillido, potente y sorpresivo en medio del silencio de la noche. Miró hacia todos lados al mismo tiempo que le dolían los parpados, estiró una mano a su lado y comprobó que el cuerpo de Abby no estaba allí. Entonces saltó de la cama y corrió hacia la puerta abierta, golpeando con un manotazo el interruptor de la luz del pasillo en cuanto llegó al umbral. Allí la vio, su mujer estaba de pie casi enfrente a la puerta, tiritando de miedo, con el camisón húmedo en su entrepierna y parada en un charco de su propia orina, mirando hacia algo frente a ella. Entonces Liam miró en la misma dirección, y vio que allí estaba Kimberly, la hija de los Patterson. Parecía sonámbula, no lo sabía con exactitud, aunque también podría estar en otro de sus ataques. Vestía un camisón juvenil con pequeñas rositas bordadas. El largo cabello le caía por detrás de la espalda, sus piernas eran largas y perfectas. Toda una bella señorita en la flor de la edad.

—¡Abby! ¿Estás bien?

—¡Estaba en el techo, Liam! ¡Estaba en el techo! ¡Dios mío, sacala de aquí! —gritó, aterrada.

—¿Cómo que...? —Liam se iba a disponer a responder, pero se interrumpió en cuanto razonó las palabras de su mujer. Entonces giró hacia la chica sonámbula —o al menos eso suponía, ya que tenía los ojos cerrados—, y se acercó muy despacio. —¿Kimberly? ¿Estás despierta?

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora