Por la noche, Francis aún se hallaba en su dormitorio, en constante vigilia. No había almorzado, tampoco había cenado, solo planificaba de forma milimétrica sus siguientes movimientos. Entendía cual era la situación, sabía que a partir del instante en que había visto la quinta dimensión jamás podría salir de allí. Aquellos militares lo retendrían en contra de su voluntad para analizar hasta la última neurona de su cerebro, y esta verdad se cernía sobre su cabeza como una inminente tormenta de invierno, ennegreciendo todos sus sentidos con una ira que era demasiado gigantesca para controlarla por sí mismo. Nadie más que él tenía el poder absoluto, y sentía que debía hacer algo al respecto.
Repentinamente se puso de pie, miró la hora en el reloj de pared de su habitación, el cual marcaba las doce y cuarto de la noche. Todos estarían en sus dormitorios, no habría nadie que se le resistiera, pensó. Sería el momento indicado para hacerse con el control de la base entera.
Atravesó la puerta de su habitación volviéndose inmaterial por un instante, y salió al pasillo. Entonces, con una sonrisa, avanzó caminando con tranquilidad, pasando por la bifurcación que conducía hacia la cafetería, las puertas restringidas, hasta llegar a la planta principal. Se detuvo en el medio del espacioso recinto, bajo la mirada de los militares que custodiaban las puertas o caminaban de un lado al otro, y luego avanzó hasta la puerta del recinto privado del coronel Wilkins. Entonces, el militar que custodiaba su acceso, se interpuso.
—Disculpe, ¿adónde va? —le preguntó.
—Vengo a hablar con el coronel.
—Él no dejo ordenes de recibir a nadie, lo siento.
—No importa, estoy seguro que a mí me recibirá de buena forma —en cuanto dio un paso más hacia adelante, aquel soldado le apoyó una mano en el hombro.
—Retírese, no lo volveré a repetir.
Francis lo miró, y tan rápido como una centella, volvió intangible su propia mano derecha y la metió en la garganta de aquel hombre, arrancándole la tráquea desde adentro. El soldado abrió grandes los ojos, intentó balbucear algo, pero cayó al suelo, muerto al instante. Los militares que estaban allí lo apuntaron con sus armas, dando exclamaciones de sorpresa y miedo, ordenándole que se detuviera. Sin hacerles el mínimo caso avanzó hacia la puerta, y utilizando la misma técnica de antes, atravesó la madera hacia adentro.
Minutos después, el coronel Wilkins salió a la sala, envuelto en una bata de ducha y aun frotándose las mejillas, esparciendo su colonia. En cuanto vio a Francis de pie en un rincón, dio un ligero respingo de sobresalto.
—Dios mío... —murmuró. —¿Cómo entró aquí? Di ordenes específicas para que no me molestaran.
—No sabía que mi presencia molestara, coronel.
—¿Cómo entró aquí? —volvió a preguntar, tomando asiento tras el mismo escritorio donde se habían reunido la última vez. Bajo la mesa, tenía una Magnum 357 escondida.
—Por la puerta —respondió Francis—. Digamos que hemos llegado a un acuerdo con el soldado que la custodiaba.
—¿Lo ha matado?
—Esa no es la pregunta correcta, coronel Wilkins. ¿Por qué no averigua si he tenido éxito con respecto a lo que charlamos?
—Un mercenario como usted no va a jugar sus trucos conmigo —dijo el coronel Wilkins—. Si realmente ha tenido éxito, quiero una prueba. De lo contrario, es un charlatán más como cualquiera.
Como toda respuesta, Francis sonrió, mientras comenzaba a levitar desde su lugar. El coronel abrió grandes los ojos, mirando la escena fascinado y a la vez temeroso, mientras Francis se acercaba hacia él.
—Yo no juego trucos, coronel —dijo, volviendo a detenerse en el suelo con ambos pies—. Ahora quiero mi paga, y quiero largarme de aquí.
—¿No ha reconsiderado la idea de servir a su nación? ¿Por qué tener una sola paga, cuando puede multiplicar ese dinero de forma vitalicia? Quédese con nosotros, y permita que unifiquemos la ciencia junto con la milicia. Podría crear cosas maravillosas.
Francis se rio, negando con la cabeza.
—No van a continuar experimentando conmigo, esa idea puede sacársela de la cabeza ya mismo. Usted no conoce el poder que controlo ahora, no puede retenerme aquí —dijo—. Solamente entraré a ese ascensor por donde bajamos y volveré a subir a la superficie, en su puta cara, y usted no va a poder hacer nada para evitarlo. Ni usted ni todos los hombres armados que tiene aquí, ¿comprende lo que le digo? Y más vale que acceda a mis términos de paga o todo el mundo sabrá lo que la CIA hace en secreto, amparada bajo las sombras del gobierno.
—¿Por qué es tan negacionista? —preguntó el coronel Wilkins. —Nadie puede abrir ese ascensor, a no ser que contacte a la oficina de mando en la superficie o lo active desde aquí, con un código que solamente yo poseo. Le conviene más colaborar con nosotros, sé lo que le digo. Alla afuera solo será un monstruo, un fenómeno creado artificialmente. Nunca tendrá paz.
—Pero tú me darás ese código, o llamarás a quien sea necesario, y me largaré de aquí, sí señor —aseguró Francis, ahora hablando informalmente—. Y eso pasará, porque yo ya no te pertenezco. No soy tu puta rata de laboratorio. Creíste que podías manipularme, convertirte en mi aliado, para continuar con el proyecto y poder manipular a tú antojo la quinta dimensión trayéndola a esta realidad. ¿No es así? Pero te salió mal, porque ahora me has dado las armas que necesitaba para tomar el control de la base. Dime una cosa, coronel Wilkins. ¿Qué se siente haberle dado el detonador de la bomba nuclear a tu enemigo, y no poder hacer nada para evitar el caos?
El coronel Wilkins se paró de su silla, mirándolo con expresión furibunda al sentirse engañado como un niño. Francis tenía razón, él mismo lo había potenciado, y ahora ya no podía sujetarle las riendas.
—¡Nunca saldrá de aquí! ¡Nunca! —gritó—. ¡Antes muerto que ceder el mando a un terrorista!
Levantó la pistola hacia Francis, listo para dispararle. Sin embargo, él fue más rápido.
—Como prefieras —dijo.
Se elevó en el aire, con los brazos a los lados, y de su sombra emanaron dos sombras más, que recorrieron el suelo como si reptaran a través de él hacia el coronel Wilkins. Entonces se elevaron, rápidas como una centella, y lo sujetaron por los brazos. Eran altísimos, humanoides sin rostro ni forma, materia física y al mismo tiempo antimateria con conciencia propia, como horribles y malévolas entidades semi biológicas que no habrían sido descubiertas por el hombre, hasta el momento en que decidieron jugar con fuerzas que no conocían. Fuerzas y mundos que era mejor no despertar.
Se elevaron en el aire sujetando al coronel como si fuera un monigote que gritaba y pataleaba, intentando soltarse de aquellas cosas. Entonces, ante una orden mental de Francis, se desplazaron hacia la pared que tenían más cercana, volviéndose sombras etéreas a medida que penetraban en ella. El coronel Wilkins comenzó a gritar cada vez más fuerte, sintiendo como su cuerpo era modificado por las habilidades de aquellas criaturas, que alteraban la materia física que tocaban volviéndola maleable como arcilla, haciendo que el coronel se fusionara con la pared en un baño de sangre, piel y huesos molidos. Cuando el dantesco asesinato terminó, Francis descendió nuevamente al suelo, y miró hacia adelante, como si estuviera apreciando un cuadro en un museo. El cuerpo del coronel había quedado semi enterrado hasta la mitad del tórax en la pared, como si su cuerpo y el cemento fueran uno mismo. La expresión de su rostro era desencajada, antinatural.
Y entonces salió, volviendo a atravesar la puerta, dispuesto a asesinar a cada militar que hubiera en la base.
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Cuentos para ir a morir
TerrorCinco cuentos cortos, cinco relatos de horror que no te dejarán respirar por las noches, y te mantendrán al filo del miedo a lo largo de sus páginas. ¿Crees que tienes la valentía necesaria para adentrarte en lo profundo de sus historias? En "El rap...