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Grace llegó a su casa tarde de la noche, y no podía estar más feliz.

Primero que nada, había buscado coches en internet, en las más prestigiosas concesionarias de su ciudad, hasta encontrar un vehículo que literalmente la enamoró en cuanto lo vio: un Porsche 718 Cayman blanco, precioso, aunque no descapotable. Sin embargo, eso no importaba, el hecho de tener un coche deportivo era más que suficiente. Sin dudarlo, viajó hacia allí en el autobús, pensando que sería la última vez que usaría el autobús en su vida, y luego de financiarlo y hacer el papeleo legal correspondiente, el concesionario finalmente acordó que le llevarían el coche a su casa en un plazo máximo de tres días. Para festejar, Grace decidió pasar por un restaurant y darse el lujo de un buen almuerzo ejecutivo, y por último, recorrer el centro comercial para comprarse la mayor cantidad de ropa nueva que sus brazos pudieran cargar.

En cuanto entró al living de la casa, dejó las bolsas de papel con la ropa descuidadamente encima del sillón, casi quince de diferentes marcas, y se quitó las zapatillas deportivas de dos patadas. Sentir el suelo frio bajo sus pies la relajó gratamente, haciéndola dar un suspiro, y luego caminó hacia el refrigerador, para servirse un vaso de jugo y sentarse frente a la computadora, para revisar si tenía alguna notificación en su bandeja de correo electrónico personal. La sorprendió saber que así era, tenía dos correos importantes. Uno de ellos era de Ocean House, para comunicarle que la preventa digital de su libro ya estaba siendo lanzada en Reino Unido, España y Alemania, por lo que adelantarían la edición en físico lo más posible, acortando los tiempos de trabajo, y que en breve —aproximadamente unas tres semanas­— ya tendría un nuevo depósito en su cuenta bancaria, quizá mucho más cuantioso que el anterior. El otro correo, era de una editorial rusa, quien le ofrecía una generosa suma por comprar los derechos comerciales del libro.

Grace bebió un nuevo trago de jugo de naranja, ya que la garganta se le había secado al leer todo esto, víctima de la emoción, y entonces se dio cuenta que no sabía qué hacer. ¿Debería pedirle permiso a la editorial Ocean House para vender los derechos comerciales, o no era necesario? ¿Se podrían compartir entre ambas editoriales? ¿Qué haría al respecto? Se preguntó. Lo mejor que podía hacer, sin duda, era llamar a Richard. No quería hablar con él, aún seguía un poco dolida por el exabrupto que habían tenido, pero tenía que darle una respuesta a esta gente y nadie sabría mejor que él.

Se levantó de la silla para caminar hacia la mesa del living, donde había dejado su teléfono celular, y buscando en la agenda de contactos marcó el número de Richard. Sin embargo, sonó más de diez veces y no atendió. ¿Seguiría enojado con ella? Se preguntó.

—Vamos, atiende —murmuró, mientras cortaba y volvía a realizar la llamada.

De nuevo, sonó casi unas quince veces, hasta que sintió la respuesta de llamada, justo cuando estaba a punto de colgar.

—Hola, Richie. ¿Sigues enojado? Necesito hacerte una pregunta... —dijo, y luego suspiró. —Siento mucho lo de esta mañana, no debí haberte dicho que estabas celoso de mi éxito.

Sin embargo, del otro lado nadie respondió. Había una interferencia en la señal, un ruido blanco de fondo, como si estuviera caminando a la intemperie en medio de un vendaval, o como si la comunicación estuviera siendo afectada por estática. Entonces un crujido, apenas audible, se hizo escuchar. Grace frunció el ceño.

—¿Richard? ¿Estás ahí?

De nuevo, aquel sonido. Todo parecía demasiado extraño, por un lado el ruido de fondo semejante a una televisión mal sintonizada o al rasgueo del viento en el micrófono del aparato. Por otro lado, aquellos ronquidos ahogados, como si algo o alguien estuviera graznando con algo atorado en la garganta. Luego crujidos, cortos y secos, ruidos irreconocibles, que a Grace le hicieron recordar a cuando era una niña y le daba pequeños huesos de pollo al enorme perro Mastín que tenía por mascota. Romper los huesos con su mandíbula causaban el mismo ruido que lo que ella estaba escuchando ahora por teléfono.

—Bah, al carajo —murmuró, cortando la comunicación.

Sin duda la señal debía estar mal, o quizá había sido captada por otro teléfono en un cruce de líneas, vaya uno a saber. Como toda resolución, lo mejor que se le ocurrió fue volver asentarse frente a la computadora, y escribirle un correo a Ocean House primero que nada agradeciéndole la preventa, y segundo, para contarles acerca de esta editorial rusa y su oferta de compra, esperando que ellos mismos la guiasen en lo que fuera más conveniente para todos. Luego de enviar el correo, se terminó de tres largos tragos el vaso de jugo de naranja, y luego de llevarlo a la cocina, se dirigió hacia la ducha para bañarse y acostarse a dormir unas buenas y merecidas doce horitas como mínimo. Mañana tendría muchas cosas buenas que hacer, como estrenar su ropa cara y continuar con su rutina de compras, en este caso, para cambiar los muebles de su casa a unos más modernos y mejores. 

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora