5

36 11 12
                                    


Mientras Liam cocinaba y charlaba con Abby, se fue olvidando de todo aquel asunto sobre los ruidos en la puerta y el cuervo muerto. Lo cierto era que la casa era acogedora; tanto como lo habían soñado, y además la amena charla entre ellos la hacía embellecer aún más. Al caer la noche, se dieron cuenta que la espesa vegetación volvía el ambiente frio y oscuro, además de la fina aguanieve que caía en breves momentos, algo típico durante los primeros meses del invierno en Richmond. Antes de servir los espaguetis, Liam se afanó en encender la estufa a leña que decoraba el medio de la sala, con su alta chimenea amurada a la pared lateral. Si fuera por Abby, hubiera encendido el termostato de la calefacción y asunto arreglado, pero Liam era un fanático no solo del ahorro, sino además del aroma a leños quemados, que le hacían recordar los inviernos de su infancia. Le costó encender más de la cuenta, ya que la leña que había encontrado afuera estaba un poco verde, pero con unas cuantas piñas secas, el fuego ardió grande y cálido.

Abby, mientras tanto, preparó la mesa, encendió dos candelabros, sirvió el refresco y los platos. Para cuando Liam se sentó en la mesa a su lado, ella estaba dando los primeros tenedorazos a la comida.

—Hum... —masculló, con la boca llena. —Está exquisito.

—Como siempre —bromeó él, llenando los vasos de refresco.

—Bah, presumido.

—También, como siempre —bromeó otra vez. Abby puso los ojos en blanco, mientras tomaba un pedazo de pan.

—Estaba pensando que este fin de semana podríamos ir a comer algo, y conocer la ciudad.

—Es una buena idea. ¿Qué día tienes libre? —preguntó él, mientras enrollaba espaguetis en su tenedor.

—Sábado a partir del mediodía, y todo el domingo entero. Tiempo más que suficiente para ocuparnos de nosotros —le guiñó un ojo—. Con todo lo que eso implica.

—Vaya, imagino que no estarás hablando de tragos exóticos.

—Tal vez sí, tal vez no. Es más divertido descubrirlo.

Liam la miró mientras masticaba, sonriendo.

—Siempre fuiste una chica muy candente, pero desde que hemos llegado aquí, lo estás aún más ­—comentó—. Veo que cambiar de aire te sienta bien.

—¿Y a ti no?

—Claro que sí.

Abby también sonrió, a la par de él. Luego se puso seria, como si estuviera rememorando viejos dolores, miró su plato, y levantó la vista hacia su esposo.

—¿Sabes qué es lo que pasa? Muchas veces me despierto durante la noche en nuestra cama, te veo dormir, te veo hacerme el amor, te veo cocinar y encender el fuego en días como hoy, y recuerdo todos los años de terapia, lo mal que hemos pasado en nuestra peor época. Y cada día me asombro por el hecho de que estés junto a mí. Otro hombre no lo hubiera hecho.

—Cariño... ya hemos hablado esto —dijo—. Otro hombre no te ama como lo hago yo.

—Lo sé, pero eso no quita el hecho de que te disfrute como si fuera cada día el último.

—Sabes bien que no habrá un último día. Jamás.

Liam soltó el tenedor y estiró la mano para acariciar la mejilla suave y rosada de Abby. En aquel momento, un grito estridente y desgarrador se escuchó desde afuera. Ambos se sobresaltaron, dando un respingo en sus sillas, y Liam retiró la mano como si hubiera tocado un fierro candente. Hubo un momento de silencio, y luego otro grito. Parecía como si estuvieran desollando vivo a alguien.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora