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Durante los tres días siguientes, Grace se sintió flotar de la felicidad.

Las llamadas por teléfono no cesaban, tanto de gente asociada a Ocean House como de reporteros vinculados a la misma, que se disputaban la primer entrevista como aves rapaces. Todos querían la primicia de la novela juvenil que se había convertido en un rotundo éxito de la noche a la mañana, todos querían conocer a la maravillosa Grace Collins, quien había creado tan interesante obra literaria.

También le habían entregado el coche, flamante, con el típico olor a nuevo aun inundando su tapicería y los detalles en cuero del volante. En cuanto se lo dieron, no pudo resistir la tentación de salir enseguida a recorrer la ciudad con la ventanilla del conductor baja y una anchísima sonrisa en el rostro. Ni siquiera había perdido tiempo en buscar su viejo carnet de conducir, ya había dedicado la noche anterior para eso, y también para revisar en los registros que aún siguiera vigente. Recorrió la zona costera y también la parte más céntrica de la ciudad, para buscar una buena joyería y darse el gusto de comprar unos aretes nuevos. Aquel día, volvió tarde de la noche, directo para ducharse y descansar frente a su computadora mientras bebía una buena copa de vino, revisando tanto sus redes sociales que estallaban de seguidores, como los correos electrónicos relacionados a su libro.

Sin embargo, aquel fin de semana fue cuando por fin cayó en la realidad de todo lo que estaba sucediéndole. Sí, era feliz, y de repente tenía mucho dinero, tanto que no sabía qué hacer con él. Podía ir adonde quisiera, comprar lo que quisiera, comer y vestir lo que quisiera, y adoraba que el presupuesto en su cuenta bancaria ni siquiera pareciese descender. Pero, por otro lado, el eterno silencio de Richard la ponía muy triste. Desde aquella discusión no había tenido más contacto con él, no había respondido las llamadas ni tampoco había ido a verla. ¿Era para tanto el enojo? Se preguntó. La verdad era que no quería terminar con él, pero si continuaba haciéndose el interesante con ella, entonces no tendría más remedio. Total, ahora mismo Grace era una mujer muy poderosa, no le sería difícil conseguir un nuevo interés romántico, o incluso comprarse un buen dildo, y abandonar el histeriqueo de los hombres para siempre.

Pensando en aquello mientras se preparaba un café, batiendo enérgicamente dentro de su taza favorita, se detuvo en seco mientras caía en la cuenta de lo que estaba pensando. Tal vez Richard estaba tan ausente porque quería que ella lo extrañara, que se pusiera a pensar desde su lugar, que entendiera las razones de lo que estaba tratando de decirle. Él siempre había sido un amigo que en cuanto ella conseguía algo bueno, incluso desde la secundaria, era el primero en alegrarse por ella, y ahora como pareja aún más. Todavía recordaba la noche en que estando en el Prestige, le comentó que había firmado con Ocean House, la alegría que había sentido por ella, y como había tenido el mejor orgasmo de su vida festejando con un buen sexo. Sin embargo, en cuanto le había comentado de la suma de dinero que le habían depositado, Richard cambió drásticamente, alarmándose ante lo que ella decía. Si había cambiado de actitud tan rápido, era porque algo de razón podía tener, o al menos eso quería creer.

Además, ella misma fue la que había buscado información del Loto Imperial en internet, antes de ir por primera vez, y ni siquiera había página oficial o cualquier otro dato en la web acerca de sus negocios o del misterioso señor Harris. Recordó como se lo había mencionado a Richard, también recordó como él le decía que no podía ser tan conspiranoica. Pero, ¿y si todo aquello era una farsa, como le había sugerido? ¿Y si era un contrato fantasma o ilegal en el cual acabaría sumamente endeudada? A fin de cuentas, ella había firmado con Lucius, pero quien había hecho los vínculos de contacto entre ella y los editores de Ocean House había sido él, y no tenía ni la más pálida idea de cómo lo había hecho. Además, en su mente afloró un nuevo recuerdo, algo que tenía sepultado en su subconsciente como un espectro encerrado en la caja de Pandora.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora