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Miró la hora en el reloj de pared a un lado de la chimenea, aún faltaban unas cuantas horas para que Abby llegara del trabajo, de modo que tenía tiempo de pensar con más calma. Su respiración aún estaba agitada, y su mente oscilaba entre la charla de Ashley Patterson y la incitación sexual de su hija Kimberly. Sin embargo, lo peor no era nada de eso. Lo más atemorizante de todo era intentar razonar otra cuestión: ¿Cómo podía saber acerca del trastorno que tuvo Abby en su pasado? ¿Y si tal vez siempre los habían estado espiando? Pero de ser así, ¿con que fin? Se preguntaba. ¿Acaso esa propuesta domiciliaria había sido algo casual, o todo estaba planificado?

De lo único que estaba convencido, era del hecho que debía avisarle lo ocurrido a su esposa. No le diría lo que sucedió con Kimberly, evidentemente, lo que menos quería causar era un caos. Pero sí le diría acerca de la charla con Ashley. Sin dudarlo, tomó el teléfono inalámbrico encima de la mesa, marcó el número de la oficina de su esposa, y esperó, mientras daba vueltas por la sala. A los cuatro tonos, ella atendió.

—Banco central de Dinardville, buenas tardes, mi nombre es Abigail, ¿en qué puedo ayudar?

—Abby, soy yo.

—¿Liam? ¿Todo bien? —le preguntó, asombrada de que la estuviera llamando a su trabajo.

—Necesito charlar contigo, de ser posible en casa.

—¿Pero ha sucedido algo? Me estás asustando.

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes?

—¡No lo sé, maldición! —exclamó, exasperado. —Solo dime si puedes venir a casa más temprano.

—De acuerdo, hablaré con mi superiora. Nos vemos en un rato, cariño.

—Adiós, Abby —se despidió, y colgó.

Una vez en el silencio de la casa no pudo evitar preguntarse que vendría a continuación. Si charlaba con ella y llegaban al mutuo acuerdo de que tal vez lo mejor era confrontar la cena con Ashley, y averiguar más de lo que hablaba, ¿hasta qué punto eso sería una buena idea? Y si debían abandonar la casa, ¿adónde irían? Se preguntó. Habían vendido el anterior sitio donde vivían, no había demasiadas opciones en caso de que corrieran algún peligro. Tomó asiento en uno de los sillones, y se frotó los ojos, cuestionándose porqué estaba pensando en algún peligro. Ashley no había sido descortés con él, al contrario, parecía saber muchas cosas de su vida personal como para ser descortés. Lo único que lo atemorizaba, era el hecho de no saber cómo ella conocía esas cosas.

De pronto sucedió algo que le hizo saltar del sillón como si tuviera un resorte en el trasero. Desde todos los rincones de la casa comenzó a oír una serie de golpes fuertísimos, parecía como si un gigante estuviera aporreando las paredes desde afuera. La vibración del sonido no solo recorría el suelo, sino que sacudía algunos cuadros, y Liam observó a su alrededor como si estuviera mirando la casa por primera vez. Aquel estruendo provenía de todas direcciones, de todas las paredes, incluso hasta del techo mismo.

En un instante, Liam rodeó los sillones y corrió hasta la puerta de entrada, quitó el cerrojo y abrió de golpe. En el mismo segundo que abrió la puerta, aquellos golpes se detuvieron espontáneamente, y sin poder creer lo que estaba sucediendo, salió al porche de entrada. Rodeó la casa hasta el patio trasero por ambos lados, pero allí no había nadie. Confundido y asustado, volvió adentro y cerró la puerta tras de sí, con cerrojo y también con la llave. Al observar hacia la sala, sintió que la sangre se le congelaba en la venas. Todos los cuadros que decoraban las paredes se hallaban rotos en el suelo, había cristales por toda la alfombra, y tanto los sillones como la mesa central estaban dados vuelta en el suelo. Por desgracia, su notebook también estaba allí, bajo uno de los sillones, destrozada. Había dos sillas partidas, los tapetes de los sillones estaban arañados, allí había pasado algo que no podía definir. Y había pasado en los breves instantes en que salió de la casa, a revisar el exterior.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora