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Durante todo el resto del día, Liam se apostó con el rifle en las manos, frente a una de las ventanas que daba hacia la calle principal, a un lado de la puerta de entrada. Abby intentó convencerlo en más de una ocasión que aquello no era necesario, pero él prefirió no escucharla. Si algo o alguien planificaba aporrearles las paredes de la casa otra vez, estaría ahí para verlo. Sin embargo, nada ocurrió. A media tarde Abby preparó unas tostadas con jugo de naranja, y Liam aceptó merendar con ella, aunque de reojo echaba rápidas miradas furtivas hacia la ventana, cada pocos minutos. El sol cayó sobre el horizonte y poco a poco las sombras le fueron ganando terreno a las luces del día, hasta que los primeros focos de fotocélula comenzaron a encenderse en la calle, en cuanto cayó la noche.

Al terminar de merendar, Liam volvió a tomar su lugar frente a la ventana, bajo la preocupada mirada de Abby. Una parte de ella misma temía por la sanidad emocional de su esposo, no sabía que había sucedido para que ahora actuara de aquella manera, tan distante, como si estuviera en una trinchera vigilando al enemigo. Luego de aquella charla en donde él le había contado la conversación con sus vecinos, no había dejado de mostrarse distante ni siquiera por un momento, como si hablar del tema fuera peligroso o las paredes escucharan. Sin embargo, prefirió dejarlo tranquilo y no agobiarlo, mientras mantenía su mente ocupada encendiendo la estufa antes de preparar la cena.

Por su parte, Liam no despegaba los ojos de la ventana, mirando hacia la calma tan familiar del barrio privado por la noche, escudriñando en la oscuridad. El rifle, inamovible, a su lado. En el preciso momento en que el reloj marco las nueve de la noche, se sintió extrañamente mareado, como si su cuerpo y su mente se hubieran desconectado uno del otro. No sabía que le estaba sucediendo, de repente se sintió demasiado liviano, como si flotara en un océano de negrura interminable. La expresión de su rostro cambió, sus ojos continuaron mirando a través del cristal sin ver nada en particular, totalmente absortos. A su espalda, en algún rincón de su cerebro, podía escuchar los sonidos crepitantes de los leños en la estufa; los pasos de su esposa yendo a la cocina, el ruido del agua en el grifo cuando se lavó las manos, y momentos después la cuchilla contra la tabla de picar, haciendo su trabajo de cortar verduras.

Sin embargo, Liam no estaba allí, su esencia estaba muy lejos en la realidad. En silencio, se puso de pie y caminó hasta la cocina. Sus ojos no parpadeaban a medida que caminaba, y en cuanto llegó al umbral de la puerta que conectaba la cocina con el pasillo de la planta inferior, miró a Abby. Ella se giró, al sentir la presencia de su esposo por detrás.

—¿Pasa algo, cariño? —le preguntó.

—Tenemos que ir con Ashley, ellos nos están esperando.

—Pero si me dijiste que no querías saber nada con esa gente, ¿de qué hablas, Liam? —no le gustaba en absoluto la mirada perdida de su esposo.

—Tenemos que ir con Ashley —repitió—. Ahora mismo.

Se adelantó un paso para tomarla del antebrazo, sujetándola fuerte. Abby lo miró como si hubiera perdido la razón por completo, en el mismo instante en que él la jaló hacia sí.

—¿Qué te pasa, Liam? ¡Suéltame, me estás lastimando! —exclamó.

—Ellos nos están esperando, tenemos que ir ahora mismo, Abby.

En cuanto Liam dio el primer paso fuera de la cocina, Abby se paró firme en sus pies y tiró repentinamente de su brazo hacia atrás, zafándose de él. Entonces tan rápido como se había soltado, lo abofeteó. No por instinto de defensa, ni siquiera para agredirlo gratuitamente, sino para intentar hacer que se despertara de lo que sea que estaba sucediéndole. Hablaba como un autómata, en sus ojos había una mirada que nunca antes vio en él, como si observara a algo más por encima de su hombro, pensó. Sin duda algo había ocurrido, y tenía que detenerlo.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora