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Nick ya llevaba cuatro whiskys ingeridos, e iba de camino al quinto. Le gustaba aquel bar. El Gold Dragon era uno de los mejores si querías pasar un momento ameno, tal vez lamentándote por la pérdida de algún amor, tirando tu dinero en las máquinas tragamonedas, o jugando unas partidas de billar. Sin embargo, Nick no optó por ninguna de las tres opciones. Solamente se dedicó a beber, sentado en la barra de espaldas al cantinero, mirando al resto de las mesas sin pensar en nada más. Sus ojos oscilaban desde la rocola musical que había en el fondo del establecimiento, en el mismo sector donde estaba la mesa de billar, a una cuarentona de cabello negro que bebía un Martini sentada dos mesas por delante de él. No creía haberla visto antes, al menos no parecía ser alguien del pueblo. Ella estaba absorta con su celular, parecía molesta con algo o con alguien. Sus piernas se dejaban entrever bajo la mesa, la curvatura deliciosa de sus pantorrillas delineaba su falda a la perfección, y quizás, animado por el alcohol, Nick se decidió a actuar. Con un movimiento de su mano, llamó al cantinero, mientras apuraba lo que le quedaba de whisky en el vaso.

—Ponme otro, sin hielo esta vez —y señaló con un gesto—. Y llévale un margarita a la dama, de mi parte.

El cantinero así lo hizo, volvió a llenar el vaso de Nick, y preparó el trago en una copa alta, llevándoselo a la mujer. Le dijo unas palabras, ella alzó la mirada para observar a Nick, y éste levantó su vaso de whisky en silencioso saludo, con una sonrisa. Ella también sonrió, y en cuanto el cantinero se alejó de la mesa, decidió ir al ataque. Se puso de pie sujetando el vaso, y caminó hacia ella.

—Hola, ¿puedo? ­—le preguntó, apoyando la mano libre encima del respaldo de la silla vacía, frente a ella.

—Adelante —consintió—. No tenía que haberse molestado con el trago, muchas gracias.

—La vi sola, hace rato con el teléfono en la mano, y decidí tener una pequeña cortesía. ¿Espera a alguien?

—La verdad es que sí, pero ya no creo que venga —se tomó un instante para beber un sorbito de su bebida, antes de preguntar—. ¿Cuál es su nombre?

—Nick Jones. Inspector Nick Jones —respondió.

—¡Ah, inspector! Noble carrera ser agente de la ley.

—¿Y usted?

—Jennyfer Winsley. Pero dime Jenny, y tuteame por favor.

—De acuerdo, Jenny. Es un placer conocerte —sonrió él. Al final, parece que aquella noche tendría un mejor final, a comparación de estar embriagándose hasta el hartazgo—. No eres de por aquí, ¿verdad? Conozco a todos en este pueblo, y no recuerdo haberte visto antes.

—En realidad no, soy de Brownsport, a sesenta kilómetros de aquí. Pero he venido a conocer a un hombre con el que estuve hablando por internet durante un tiempo. Eso no importa ahora, supongo que ha perdido el interés y por eso me ha dado el plantón. A fin de cuentas, siempre me sucede lo mismo. Nunca he sido alguien con suerte para esta clase de cosas.

­—Seguramente es un tonto de primera, no debes permitir que tu autoestima se venga abajo por alguien así. Al menos hubiera sido cortes, y hubiera venido a compartir un trago, sin compromiso. Pero quizás la vida te ha hecho un favor quitándotelo del camino —aseguró Nick.

—Eres muy amable, Nick —sonrió ella. Sus ojos se desviaron a la mano izquierda, que sostenía el vaso de whisky, y se dio cuenta que no llevaba alianza de matrimonio—. Tu esposa debe sentirse muy afortunada teniendo alguien tan atento como tú.

Nick sonrió a su vez. Sabía que era una forma sutil de buscar información, había visto su mirada hacia su mano. Pero decidió que no importaba.

—La verdad es que soy divorciado. Supongo que todos hemos estado rodeados de tontos en algún punto de nuestra vida —dijo.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora