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Cuando Abby volvió de su oficina, ya las primeras sombras del atardecer comenzaban a teñir las casas y las copas de los árboles. Luces naranjas por encima, rojizas en el horizonte, el espectáculo natural era maravilloso, tal como pensó mientras que estacionaba la camioneta frente a su nueva casa. Apagó el motor, le puso la alarma y descendió de la misma, cargando a su lado con su pequeño maletín de negocios. Cuando entró a la casa, vio la computadora encendida en la mesa del living. Un vaso de jugo de naranja con un resto en el fondo y una taza de café vacía. Sin embargo, Liam no estaba allí.

—Cariño, ya llegué —dijo, levantando la voz. Dejó el maletín encima de uno de los sillones y escudriñó hacia el pasillo. Desde la cocina, Liam asomó la cabeza, mirándola confundido, casi alarmado. Luego pareció tranquilizarse.

—Ah, eres tú, menos mal.

—Claro que soy yo, ¿quién más te diría cariño, sino? ­—Abby le dio un beso en los labios, en cuanto Liam se acercó a ella, y luego lo miró con más atención. —¿Te sucede algo?

—Ha sido un día muy ajetreado, nada más.

—¿Problemas con las finanzas?

—Nada, olvidalo. ¿Quieres exprimido de naranja? Lo preparé hace unas horas.

—Estaría bien —asintió Abby, con la cabeza­—. Yo me iré a cambiar de ropa, vuelvo en un momento.

La vio subir las escaleras rumbo a la habitación, mientras meneaba las caderas, en un movimiento que se le antojaba delicioso y demasiado familiar. Volviendo hacia la cocina, abrió el refrigerador y tomando la jarra de jugo, sirvió un vaso y lo dejó en la mesada. Luego tomó un par de pechugas de pollo, pimiento verde, y ajo para preparar la cena. Estaba comenzando a picar el pollo crudo en trocitos, cuando sintió que unas manos le rodeaban por la espalda.

—¿Qué vas a cocinar? —le preguntó ella, en su oído.

—Quizás prepare una salsa de pollo, tenemos algunos espaguetis que podemos aprovechar. ¿A ti como te fue en el trabajo? ¿Te gusta tu nueva oficina?

Abby se tomó un momento para contestar, mientras que se separaba de su esposo para beberse el jugo de naranja. Tomó hasta la mitad, y luego respondió.

—Es muy hermosa, sí. El banco es enorme, muy adinerado.

—Todos los bancos son adinerados, cariño. Por algo son bancos.

—Ya, pero algunos lo son más que otros —objetó ella, encogiéndose de hombros—. Si vieras el mobiliario que tiene este, te caerías de espaldas. Y de todo el público que va allí a hacer trámites o depósitos, más del ochenta por ciento son empresarios, diría yo.

—¿En serio?

—Te lo juro. Hoy nomas, he visto como un joven de no más de veinticinco años depositaba en una cuenta bancaria casi ciento cincuenta mil dólares en efectivo. Cielo santo, si hasta parecía un niño, no podía creerlo.

—Vaya, tendrás muchas historias que contarles a tus nietos, por lo que veo... —comentó Liam, mientras ponía a calentar una sartén al fuego.

Abby lo miró con detenimiento. Conocía a su marido tanto como él la conocía a ella, y podía notar que algo no andaba bien con él. Su mirada esquiva, el tono de voz al hablar era desconectado, neutro. No existía la mínima chispa de emoción y frivolidad que le caracterizaba siempre. Es más, ni siquiera se había fijado en el short cortito y la camiseta sin sujetador que se había puesto. Muchas veces en aquel pequeño apartamento habían fantaseado con una casa grande, poder hacer el amor donde quisieran y cuando quisieran, en la cocina, en el living, en el patio. Ahora que había llegado de la oficina con muchas ganas de que la empotrase contra la mesada, Liam no había hecho absolutamente nada. Dudando, Abby decidió insistir.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Claro, ¿por qué lo preguntas?

Abby lo miró volcar el pollo cortado a la sartén aceitada, haciendo un chisporroteo leve. Lo revolvió un momento con una cuchara de madera, y tomando de nuevo la cuchilla, comenzó a cortar los dientes de ajo.

—No lo sé, te noto distraído, raro. Te conozco, Liam.

—Bueno, es una tontería... —balbuceó. —Pero hoy me ha pasado algo muy extraño, mientras trabajaba en la computadora.

—Cuéntame.

—Estaba revisando el correo, bebiéndome mi café, lo de siempre —dejó la cuchilla a un lado y se giró para mirarla—. De repente sentí que me golpearon la puerta del fondo, la del patio trasero. Al principio no le di demasiada importancia, pero comencé a sentirme extraño, como si corriera peligro de alguna forma, o estuviera inseguro. Me levanté, fui hasta la puerta, abrí y allí no había nadie. Tan solo el patio, los árboles, todo estaba muy quieto. Pero puedo jurar que tenía la horrible sensación que alguien me estaba observando. No he parado de pensar en ello durante todo el día.

—¿Estás seguro de esto, cariño? Quizás solamente sea sugestión, teniendo en cuenta lo del cuervo esta mañana...

—Abby, no es sugestión, ni paranoia —insistió él—. No tenía idea porque lo pensaba, pero estaba seguro que lo que sea que me golpeó a la puerta no era bueno, no me preguntes porqué, pero tenía la convicción. Incluso hasta se me cruzó por la cabeza ir a buscar mi antiguo rifle de caza antes de abrir la puerta.

—¿Y qué sugieres, entonces? —preguntó ella, al terminar de beberse su vaso de jugo.

—No lo sé, pero hay algo que no me deja muy tranquilo. Tal vez sea una tontería, pero no lo sé... No sé cómo definirlo. Primero el cuervo, ahora esto...

—Quizás solo es la primera impresión de una casa tan grande en un barrio que no conocemos, mi amor. Lo que hayas escuchado hoy debió haber sido algún niño jugando con nosotros, por ser los vecinos nuevos, y nada más. No le des más importancia, estoy segura que no hay nada de malo con estas personas, ni con la casa. Tengo un buen presentimiento, es el sueño de nuestras vidas —se acercó a él y acariciándole el cabello, le depositó un beso en los labios—. ¿Está bien?

Liam la miró, y sonrió. Adoraba cuando ella lo consolaba, era la única mujer en su vida que había descubierto la forma de sacar lo mejor de sí mismo.

—Sí cariño, está bien. Tienes razón, debió haber sido algún niño.


Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora