Casi a las dos de la tarde se dirigió a la pizzería Sundays, para almorzar. Había recorrido las calles principales y también las zonas periféricas de Ashland a la espera de poder ver algo, sin éxito alguno. Consideraba que el error, tal vez, había sido hacer esto en su propia camioneta Ford, un vehículo que ya todos conocían en el pueblo y que cantaba como Pavarotti. ¿Si hubiera alquilado un coche, podría haber pillado a su hombre? Se preguntaba. Suponía que sí, al menos era una posibilidad.
Estacionó la camioneta frente a la puerta, apagó el motor y descendió, ingresando al local momentos después. Las campanillas que pendían de la puerta tintinearon, y Molly levantó la vista de la caja registradora, viéndolo tomar asiento en una mesa vacía junto a uno de los ventanales, ya que quería seguir vigilando mientras comía. Entonces rodeó el mostrador, y se acercó a él.
—¡Hola, Nick! —lo saludó. —Qué raro que estés por aquí en persona.
—Ya ves, justo estaba cerca, y decidí hacer una pausa en el trabajo.
—¿Qué puedo ofrecerte?
—Una cerveza, por favor. Y un trozo de tarta de pollo.
—Enseguida te traigo —asintió ella, y se alejó de nuevo hacia la cocina tras el mostrador, caminando apresuradamente, mientras sus rizos castaños se sacudían tras su espalda. Buena chica, pensó él.
Se reclinó en su silla mientras continuaba mirando hacia la calle, con la mente completamente en blanco, por debajo del murmullo constante típico del local: cubiertos entrechocándose con los platos, algunas conversaciones de los pocos clientes que allí había, y la música suave de fondo que sonaba por los parlantes distribuidos en las cuatro esquinas del techo. Aquel escenario tan típico le evocaba ciertos razonamientos: ¿su sospechoso habría ido a comer alguna vez a Sundays? ¿Por cuántos lugares en común habría estado con él, sin haber tenido ni siquiera la mínima noción de ello? Eran preguntas que le llenaban de impotencia, ira y repugnancia, todo al mismo tiempo. Sin embargo, también era algo que le gustaba. De esta forma, al menos no tenía la mente ocupada en su propia rutina, en la vida de mierda que había dejado Susie al marcharse de su lado, como una nube toxica y corrosiva de soledad. Como el huracán Katrina, a su paso solo destrucción, solo caos.
La comida no tardó en llegar, una deliciosa y humeante porción triangular de tarta de pollo con crema de queso, de al menos tres centímetros de espesor, y una jarra estilo chopp de cerveza de raíz, con una fina capa de hielo escarchado por fuera. Al ver aquello, sus tripas se removieron hambrientas. No se había dado cuenta del apetito que tenía hasta que vio la comida frente a él, entonces se dio cuenta que podría devorarse a un búfalo si fuera necesario. Le dio las gracias a Molly, y empezó a comer. Casi quince minutos después, cuando ya había comido más de la mitad de la tarta y bebido casi la jarra de cerveza en su totalidad, el teléfono sonó en su bolsillo. Hastiado por la interrupción, se metió un tenedorazo más de tarta en la boca, y dejando los cubiertos a un lado, atendió.
—¿Que paha? Ehtoy almorhando... —respondió, con la boca llena.
—Nick, soy yo, siento interrumpirte —por la voz, era Jhon—. Tenemos tres cuerpos más.
Al escuchar aquello abrió grandes los ojos, y de pronto, la comida le supo en la boca como una bola intragable de porquería. Hizo un esfuerzo por deglutir, y con la mano libre se golpeó un poco el pecho con el puño cerrado, tosiendo una vez.
—¿Estás de puta broma? —preguntó. —¿Tres cuerpos más?
—Me temo que sí. Estoy esperándote en tu oficina, no haré que vengas a cada escena del crimen en particular, imagino que ya debes suponer lo que es esto.

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Cuentos para ir a morir
HororCinco cuentos cortos, cinco relatos de horror que no te dejarán respirar por las noches, y te mantendrán al filo del miedo a lo largo de sus páginas. ¿Crees que tienes la valentía necesaria para adentrarte en lo profundo de sus historias? En "El rap...