9

20 9 10
                                    


Durante el correr de aquella mañana, fueron pasando a la sala cada uno de los miembros del grupo. Sometidos a los electrodos en su cabeza, algunos resistían más, otros menos. Fanny solo pudo aguantar dos rondas de descargas cuando comenzó a sentirse un poco mareada, de modo que Bianca la ayudó a salir, mientras que Bruce fue a la cafetería y pidió un refresco para que bebiera. Sin embargo y más allá de eso, las lecturas cerebrales que estaba obteniendo de cada uno de ellos eran fascinantes. Le costaba admitir que la CIA y el Pentágono tenían razón, pero la verdad es que así era. Los cerebros de todos no solo se habían estimulado al menos un sesenta por ciento extra en base a las descargas eléctricas, sino que además se habían activado zonas que no estaban iluminadas anteriormente en el mapeo de la pantalla.

Pero lo que más le llamaba la atención, era el hecho de que también parecían actuar de forma muy diferente entre sí. La zona cerebral que reaccionaba a la descarga eléctrica en Jim, no era la misma que la que se potenciaba en Ned, o en Fanny. ¿Actuaria cada cerebro individualmente? No tenía forma de saberlo, a no ser que les preguntara uno por uno, o se dedicara a revisar las gráficas y lecturas minuciosamente, hasta encontrar un patrón identificable en todos ellos. Para ahorrarse el tiempo de tan titánica tarea, decidió hacer algo mucho más simple: los reunió a todos en la sala de control, les explicó a grandes rasgos lo que había pasado, y les hizo una simple pregunta: ¿Alguno de ellos había sentido o experimentado algo fuera de lo normal?

Por un momento, Bruce creyó que nadie respondería. Era normal, al menos era lo que se esperaba en una situación como esas, ya que apenas estaban comenzando con aquello. Era muy normal que los primeros efectos no comenzaran a manifestarse hasta poco tiempo después, en caso de que alguno presentara alguna condición notoria de talento psíquico. Sin embargo, y para su sorpresa, Chris levanto una mano tímidamente. Todos lo miraron al moreno rostro, asombrados y curiosos.

—Bueno... creo que a mí me paso algo, pero ni siquiera estoy seguro —dijo.

—¿En serio? —preguntó Bruce, motivado. —Cuéntame.

—Jim hizo mención de que la sensación era muy incómoda, como si perdieras el control de tu cerebro y tuviera mucha estática de repente, como un viejo televisor roto. En ese momento, pude escuchar voces, muchas.

—¿Voces? ¿Qué tipo de voces?

—De todos nosotros, la tuya, la de Fanny, la de Jim. Pero la de Bianca era quien sonaba más fuerte. Estaba pensando en alguien de aquí, en un hombre. Pensaba en que tiene la sonrisa más bella que había visto desde que falleció Ellis. Era como si sonara en estéreo dentro de mi cabeza, o pudiera leerlo con total claridad —explicó—. Por cierto, ¿quién es Ellis? —preguntó, mirándola a ella.

Los más joviales del grupo, como Fanny y Jim, hicieron un par de exclamaciones de sorpresa y silbidos. Bianca, por su parte, estaba petrificada, mirando a Chris como si quisiera estrangularlo con los ojos. Se aclaró la garganta, carraspeando, y luego respondió.

—Ellis es mi ex pareja, el falleció hace más de diez años. Lo que escuchaste fue una manifestación telepática, Chris. No tenías forma de saber quién era Ellis, o... —hizo una nueva pausa y bajó la mirada. —O de saber que era lo que estaba pensando.

—¡Bueno, esto es maravilloso! —exclamó Bruce, visiblemente alegre. —¡No creí que fuéramos a tener algo de éxito en nuestro primer intento! Esto se merece un festejo en toda regla, sí señor. ¡A la sala de entretenimiento, todos! ¡Vamos a festejar y descansar por el resto del día!

El grupo hizo vítores aplaudiendo y levantando los brazos, y aunque se hallaban agotados, decidieron hacer un esfuerzo más y salir tras Bruce hacia la sala recreativa. Al llegar a ella, vieron que Francis estaba allí, jugando solitariamente en una mesa de billar, intentando meter todas las bolas en orden con la bola blanca. También estaba presente el coronel Wilkins, sentado en un taburete alto frente al mostrador del pequeño bar que había al fondo del lugar, que era tan grande como una cancha de básquet. Bebía una copa mientras que charlaba por teléfono, en cuanto el grupo entró, haciendo ruido y hablando en voz alta como si fueran adolescentes saliendo del colegio. Francis los miró con resentimiento y desprecio, mientras que el coronel Wilkins se giró en su asiento, mirando hacia el grupo mientras cortaba la llamada con rapidez.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora