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Despertó de un brinco, dando un grito de terror. Lo último que había escuchado había sido un gran estruendo, ¿habría sido su cabeza al golpear el suelo en cuanto se desmayó? Se preguntó. Sin embargo, cuando miró a su alrededor, se dio cuenta que estaba en su dormitorio, en su cama, y que además lo que la había despertado había sido un trueno, ya que afuera estaba lloviendo. Podía adivinarlo por el ruido de las gotas de lluvia golpeando contra el cristal de la ventana.

Se irguió en la cama, se miró el cuerpo, vio que no estaba herida. Sus pechos estaban en el lugar, sus piernas también, al igual que sus brazos. Se tocó las mejillas, se palpó varias veces, y apartando las sábanas con brusquedad, corrió en ropa interior hacia el baño. Al llegar, se miró en el espejo, y vio que todo estaba en orden.

Volvió hacia su habitación, confundida, y se vistió con un pantalón jean y un suéter floreado. ¿Por qué estaba lloviendo? Se preguntó. ¿Por qué estaba en su casa? ¿Cómo había llegado ahí? ¿Dónde había dejado el coche? Rodeó la cama hasta la mesita de noche, y tomó su teléfono celular, encendiendo la pantalla. Tenía un mensaje de Richard, y además se dio cuenta que eran las once y cuarenta de la mañana del jueves.

¿Jueves? ¿Cuánto tiempo había estado desmayada?

Abrió el mensaje de Richard, y lo leyó.

No podía creer lo que estaba viendo, se dijo

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No podía creer lo que estaba viendo, se dijo. O se había golpeado demasiado fuerte la cabeza, o allí estaba pasando algo que no terminaba de comprender. Marcó la llamada casi enseguida, y Richard le respondió al primer tono.

—Hola, Grace —la saludó, como si nada ocurriera. Y entonces el nudo en la garganta le anunció las lágrimas que estaban por caer, en cuanto escuchó de nuevo el tono de su voz. Era increíble tenerlo con vida, pensó. Quizá todo aquello no había sido nada más que un mal sueño.

—¡Richard, dime que estás bien! —exclamó, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no sollozar. Él hizo un silencio breve del otro lado.

—Claro que estoy bien, ¿por qué no habría de estarlo?

—Nada, olvídalo —sonrió ella—. ¿Qué día es?

—Jueves, catorce. ¿Tú estás bien?

—¿Estás seguro que es jueves?

—Anteayer fuimos a comer al parque, ¿lo recuerdas? Fue cuando nos encontramos con Helen, y nos recomendó su club donde ayudan a escritores primerizos. Grace, me estás preocupando, ¿segura que estás bien?

Sin embargo, ella no respondió. Solamente colgó la llamada, y caminó sin rumbo por la casa. El living era el mismo de siempre, no tenía muebles nuevos, no estaba la llave de un flamante Porsche encima de la mesa, corrió a su dormitorio de nuevo y abrió de par en par las puertas del armario, tampoco había ropa nueva de marcas caras, todo parecía demasiado normal, como si nada de lo vivido hubiera sido real. Lo único extraño, en todo caso, era un sobre de manila por debajo de la puerta. Se acerco a él, lo tomó en sus manos, y con creciente pavor vio el sello rojo sujetando la solapa, con su símbolo marcado en la cera caliente.

—Por Dios, no... —murmuró. —Que no sea lo que pienso que es...

Desgarró el sobre como si tuviera toda la prisa del mundo, y ahogó un grito de terror en cuanto cayeron al suelo dos cosas que ya conocía muy bien:

Un pergamino, escrito a máquina con tinta negra, y una tarjeta metálica. 

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora