8

21 7 5
                                    


A la mañana siguiente, se despertó mucho antes de que sonara la alarma en su teléfono. Había dormido a los tumbos, inquieto. Hasta el más mínimo ruido le ponía los pelos de punta, despertándolo al instante. Sin embargo, en cuanto los primeros rayos de luz comenzaron a recortar las sombras de la madrugada, Nick se vistió con su uniforme, se colocó alrededor de la cintura el porta pistola, y tomando las llaves de la Ford junto con la extraña carta, cerró la puerta tras de sí. A esas horas las calles estaban vacías, así que llegó en un santiamén a la oficina, incluso mucho antes que Lucy, su secretaria. Por un rato le divirtió el hecho de ordenar los papeles por su cuenta, revisar las llamadas en el contestador, abrir todas las oficinas y rociar el aromatizador de ambientes, y una vez que hubo terminado con todas las tareas, se preparó una taza de café para sentarse frente a su escritorio, encendiendo su computadora.

Sin embargo, no revisó su correo personal. Sacó la carta del bolsillo de su chaqueta y desplegándola, la leyó nuevamente, apreciando al detalle el nivel de recorte de cada letra, el pegado casi perfecto que tenía una con la otra. Aquel tipo era tan meticuloso para dejar notas, como para asesinar a sus víctimas. Se pasó una mano por la áspera barba que comenzaba a rasparle las mejillas y el mentón, y reclinándose en su silla, se dedicó a mirar por la ventana hacia la calle. El pueblo comenzaba a despertar, como todos los días. La gente iba a sus trabajos, los niños a la escuela. Y en su agotada mente no había lugar para un asesino, no entre todas aquellas pacíficas personas.

Cuando ya pasaban diez minutos de las ocho, levantó el tubo del teléfono junto al teclado de su computadora, y marcando el número de su colega, llamó a Jhon, para pedirle que viniera a su oficina cuanto antes. Al colgar, volvió a focalizar su atención en la ventana que daba hacia la calle, mientras acababa de tomarse su café. Casi veinte minutos después, Jhon se apersonó en el lugar, llamando con los nudillos a la puerta antes de entrar.

—Hacía tiempo que no te veía llegar tan temprano —comentó, mientras caminaba hacia el escritorio.

—Ya, ha sido una noche difícil.

—Lo sé, yo también he descansado muy poco, ayer mismo a última hora de la noche estuvimos interrogando al novio de la señora Raney, luego al conserje de los departamentos.

—No ha sido ninguno de los dos —aseguró Nick. Jhon lo miró con el ceño fruncido, mientras sacaba un cigarrillo de su paquete.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó.

—Por que vi al asesino, ha ido a mi casa.

Jhon acababa de encender, dando una profunda pitada, y en cuanto escuchó aquello, soltó el humo rápidamente mientras tosía, de forma sobresaltada.

—¿Cómo? ¿Estás seguro?

—Fue muy raro...

—Cuéntame —pidió Jhon.

—Llegué a casa, me duché y al salir sentí un ruido en la ventana del living, la que da hacia la calle, ¿sabes? —dijo. —Cuando miré hacia allí, había un tipo mirando hacia adentro, parado en el medio de la acera. Vestía unos jeans, gabardina larga con capucha, no le veía el rostro. Me asusté, así que fui a buscar el arma que había dejado encima de la mesa. Cuando me giré de nuevo a la ventana, el fulano ya no estaba ahí. Se había metido dentro del living.

—Eso es imposible, Nick.

—Te juro que lo vi, Jhon. No sé cómo mierda hizo para entrar, pero fue como si se hubiera materializado dentro de mi casa. Me habló, me dijo que era algo así como la mano de Dios, o alguna locura típica de un maníaco. Luego me indicó que mirara hacia la puerta, volteé y vi que alguien me dejaba esto bajo la puerta —Nick le extendió la carta, y Jhon la tomó en sus manos, mirándola con atención, como quien examina una pieza de oro puro—. Cuando me giré de nuevo, el tipo ya no estaba. Como si se hubiera esfumado en el aire.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora