En cuanto llegó a su cabaña, lanzó las llaves de la camioneta encima de la mesa, se quitó el porta pistola de la cintura, el sombrero y el chaquetón de piel, encendió el termostato de calefacción y tomando ropa limpia, se metió a la ducha. El mareo debido al alcohol ingerido se le había pasado, pero en su lugar un fuerte dolor de cabeza comenzó a latiguearlo. Tardó tanto como fue posible bajo el agua caliente, para relajar los músculos, y cuando ya había pasado más de cuarenta minutos y comenzaba a enfriarse, cerró el grifo y salió de la ducha, secándose el cuerpo.
Al terminar de vestirse, recorrió la casa para apagar todas las luces antes de irse a la cama, pero sin embargo algo le llamó la atención. Como si alguien arrojara pequeñas piedrecitas, unos suaves golpecitos en el cristal de la ventana del living, la que estaba más cerca de la puerta de entrada, se oyeron perfectamente. Se acercó a ella, y observó. Al tener a su espalda todas las luces de la casa apagadas, podía tener una perfecta visión de toda la acera con una claridad absoluta, como si estuviera allí mismo, bajo el amparo de la luz de la luna. Había un hombre, de pie en medio de la calle, que lo miraba. No podía verle el rostro porque su cabeza llevaba una enorme capucha, estaba enteramente vestido de negro, pero tenía la convicción que aquel tipo lo estaba observando, sin ninguna duda. Entonces lo supo, tan rápido como un impulso eléctrico, que le recorrió el cuerpo como una centella: Es él, el maldito hijo de puta. Se está divirtiendo conmigo.
Retrocediendo sobre sus talones hasta alcanzar la mesa, tomó la pistola de su soporte y la desenfundó, quitándole el seguro. De forma imprevista, Nick escuchó una profunda risa entre dientes, así que se giró en su lugar y de pronto lo vio con horror, aquel tipo estaba dentro del living. Lo observaba tras su poltrona verde, con las manos en los bolsillos y el rostro oculto bajo la profunda capucha que le cubría la cabeza. Lo apuntó de frente, mientras no le quitaba los ojos de encima.
—¿Quién es usted? ¿Cómo ha entrado aquí? —preguntó.
—Quien soy yo, no importa.
Tenía una voz gruesa. Caminó hacia él alejándose de la mesa, pero aquel tipo también dio un paso hacia atrás, guardando la distancia.
—¡Las manos fuera de los bolsillos, ahora! —ordenó. —¡Quiero saber ya mismo como ha entrado aquí, y quien es usted!
—Yo soy como esa canción, ¿sabe? Soy la mano de Dios, soy el Mesías negro. Soy cada pecado capital. Ahora mire a la puerta, inspector Jones.
Nick escuchó un sonido leve y mirando rápidamente por encima de su hombro, vio que alguien había deslizado una hoja de papel bajo la puerta. Sin embargo, en cuanto volvió a mirar hacia adelante, aquel hombre ya no estaba allí.
Bajó el arma de forma incrédula, respirando agitado. ¿Cómo era aquello posible? Se preguntó. ¿Cómo alguien podía esfumarse en el aire, entrar adonde quisiera sin alterar las puertas ni las ventanas? Aquello no tenía ningún sentido. Avanzó con lentitud hacia la puerta, se acuclilló para tomar el papel en sus manos y lo miró. Era una hoja con recortes de diferentes letras, pegadas, que juntas formaban una frase:
"Buscas el mejor caso de tu carrera, y yo te daré
el mejor caso que hayas visto en tu vida, Nick Jones.
Aunque jamás me atraparás con vida."
Repentinamente, abrió la puerta de par en par, esperando encontrarse con alguien tras ella. Sin embargo, con lo único que se encontró fue con el frio viento nocturno que le hizo estremecerse. Cerró la puerta de un golpe, como si quisiera evitar que aquel monstruo que le había dejado la nota bajo su puerta pudiera continuar observándolo, escondido desde algún lugar de la calle. Caminó con el arma en una mano y la nota en la otra hasta su habitación, dejó todo encima de la mesa de luz y metiéndose bajo las sábanas, se tapó hasta la barbilla, sin dejar de mirar ni por un segundo la silueta del arma encima de aquel trozo de papel.
Sin embargo, no pudo dormir en toda la noche. Se quedó allí, temblando en la cama, presa del miedo. Si aquel hombre pudo entrar a su casa de la forma tan limpia como lo hizo, entonces podía hacerlo con cualquiera.
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Cuentos para ir a morir
TerrorCinco cuentos cortos, cinco relatos de horror que no te dejarán respirar por las noches, y te mantendrán al filo del miedo a lo largo de sus páginas. ¿Crees que tienes la valentía necesaria para adentrarte en lo profundo de sus historias? En "El rap...