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Permanecieron durante toda la noche bajo la cama sin mover un solo musculo. Aunque se hallaban extenuados debido a la falta de sueño y la tensión acumulada, ninguno de los dos pudo dormir ni siquiera quince minutos, y para cuando los primeros rayos de sol de la mañana comenzaron a entrar por la ventana rota de la habitación, Mike le indicó a Betty que podían salir. Se arrastraron a cada lado de la cama y apoyándose en ella, se pusieron de pie con dificultad. Mike se tomó un momento para golpearse con el puño los músculos de las pantorrillas, entumecidos. Betty, mientras tanto, se asomó con temor a la ventana, esperando encontrar más de aquellos demonios.

—¿Qué ves? —preguntó él.

—Nada, las calles están vacías. Parece que se han ido.

—Es nuestro momento, debemos encontrar otro refugio.

Bajaron por las escaleras vigilando todo con atención. Betty con el arma a la cintura siguiendo muy de cerca a Mike, quien bajaba con el fusil apuntando hacia adelante. Sin embargo, cuando llegó al living y comprobó que no había nadie más que ellos dentro de la casa, bajó el arma y se la colgó a la espalda. Al mirar las puertas, sintió que se le helaba la sangre. Estaban destrozadas, abiertas de par en par. Algunos muebles también estaban dañados, y había surcos en las paredes de al menos dos centímetros de profundidad, con la forma de aquellas enormes garras que habían visto la noche anterior. Aquello no podía ser natural, se dijo. No había sido una pesadilla, tampoco había alucinado. Esos demonios eran reales, y habían entrado a la casa por ellos. Sabe Dios lo que hubiera pasado si los hubiesen alcanzado.

—¿Adónde iremos? —preguntó Betty, mirando a su alrededor. Parecía tener la expresión de quien se ha despertado hace pocos segundos y no entiende que está sucediendo a su alrededor.

—Debemos buscar otro refugio antes de que anochezca.

—Estamos en un barrio residencial, podemos elegir la casa que queramos sin tener que movernos a ningún lado.

—Lo sé.

—¿Y entonces? —preguntó Betty. —¿Qué estás planeando?

—Debemos buscar otro tipo de refugio que no sea una casa común y corriente. Hay que buscar ayuda de la iglesia —dijo. Ella pareció reír, no sabía si presa de los nervios o de la irónica situación. Quizás solamente estaba dejándose llevar por el impulso del miedo y la incertidumbre, que le ponía demasiado tensa.

—¿Tú? ¿A una iglesia? No me jodas.

Mike odiaba muchas cosas en esta vida, pero lo que más le jodía era el sarcasmo de la gente a su alrededor. Y dada la situación que estaban viviendo, precisamente no era el mejor momento para hacer chistes o pasarse de listo. La tensión y el miedo de saberse perdido en un mundo que una semana atrás era un bello planeta habitado, le crispaba los nervios y le acrecentaban su mal humor, como si de una olla a presión se tratara. Se giró hacia Betty y la miró exasperado. Ya estaba harto de que le tomara el pelo con respecto a su condición de ex convicto o ateo.

—¿Qué? ¿Te parece demasiado extraño que un tipo como yo, quiera ir a pedir ayuda a una iglesia? —le gritó. —¿Acaso es eso? Seguramente no sea necesario, ¿verdad? ¡Porque estoy contigo, una maldita niña mojigata que es capaz de saberse pasajes de la Biblia de memoria, pero no es capaz de saber cómo mierda usar un preservativo a tiempo! ¡Anda, dime que deberíamos hacer entonces! Estoy seguro que se te ocurrirá algo mejor que a mí. Ilumíname.

Betty lo miró con los ojos anegados en lágrimas y los labios temblorosos. El pecho de Mike subía y bajaba en cada inspiración.

—Eres un infeliz... —masculló, con los dientes apretados. Una lágrima se desbordó de su ojo derecho y se precipitó por su mejilla hacia el suelo.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora