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Las tres primeras semanas del proyecto fueron bastante tranquilas, a juzgar por Bianca. Durante las horas de investigación diarias, lo único que tenía que hacer era continuar entrenando al grupo en técnicas tanto de relajación, como de concentración y meditación. De momento no habían hecho levitar absolutamente nada —aunque habían probado con varias cosas, desde lápices hasta sillas—, como tampoco habían logrado nada con la visión remota, pero al menos comenzaban a interesarse cada vez más por el hecho de expandir su mente.

Los experimentos de la visión remota eran todo un fracaso, al menos de momento. Durante una vez al día, la mitad del grupo se ubicaba en una sala, mientras que la otra se encerraba en una sala opuesta. El objetivo era tratar de visualizar lo que estaba haciendo el otro, pero no tenían éxito alguno, y las únicas veces que habían acertado en algo era por simple adivinación al azar, no porque realmente alguno estuviese viendo lo que hacia el otro. Sin embargo, aquello no era causa para desmotivar al siempre sonriente Bruce, que, junto a Bianca, intentaba poner el mejor de los ánimos en el proyecto.

Con respecto al grupo, Bianca se sentía cómoda, al menos por ahora. Había quienes le caían mejor y quienes le caían peor, como en toda sociedad por más pequeña que fuera, pero aquello era la minoría. Los hombres eran más individuales que las mujeres, siempre se pasaban juntos jugando al póker en la sala recreativa, o jugando tenis de mesa, a veces también se pasaban las horas de ocio en las consolas de video, jugando a las luchas o a las carreras de coches. Bianca, sin embargo, disfrutaba el charlar con Fanny. Ella era una chica cálida, amable, de buenos modos y sonrisa siempre afable. Comentaban revistas de moda, hablaban sobre hombres o telenovelas. Era una joven sencilla que adoraba el buen cine, el vino caro y la comida chatarra. Bianca, por el contrario, era mucho más afín al teatro, la cerveza y la comida saludable, a excepción de los fines de semana en que permitía darse un atracón de calorías. De esta forma, tanto la una como la otra, intercambiaban una saludable amistad.

Con Bruce, por otra parte, la relación era muy distinta. Charlaba con el tan a menudo como lo hacía con la propia Fanny, y aunque siempre estaba sonriente y de buen humor, solía estarlo aún más siempre que charlaba con Bianca. A ella le asombraba que no se juntara a jugar póker con los otros hombres, o que no discutiera acerca de futbol como ellos, sino que su tiempo libre lo disfrutaba escuchando música en un viejo walkman Sony, mientras leía algún libro de Tom Clancy. Más de una vez le había preguntado porque no se divertía como los demás, a lo cual él simplemente respondió: "Porque no soy como los demás, ni me divierte lo mismo que a los demás".

Aquella declaración no hizo más que avivar la llama de la intriga en Bianca. Sabía que podía indagar en su vida tanto a pasado como a futuro, si así lo quería, pero sabía que no se sentiría cómoda haciendo eso con él. Suponía que era una cuestión de privacidad que no debía romper. Sin embargo, todo lo que tenia de misterioso aquel neurocientífico de ojos azules, cutis blanco y sonrisa perfecta, también lo tenía de amable cuando se abría a charlar con ella. Tal y como le había prometido, le mostró el ejemplar de su libro, y usando el mismo bolígrafo con el que Bruce siempre anotaba cosas importantes en su arrugada libretita, le escribió en la primera página: "Para Bruce, con cariño, deseando que este libro siempre te impulse hacia el descubrimiento de la verdad. Bianca Connor".

Agradecido y asombrado por tal autógrafo, lo leyó un par de veces, como si no pudiera dar crédito de ello, y entonces la rodeó con un repentino abrazo. La tomó por sorpresa, pero lejos de molestarse, Bianca le correspondió, rodeando con los brazos su espalda, y dejándose impregnar por el perfume de la típica colonia que usaba a diario. Luego que se separó de ella, volvió a releer la firma, como si fuera algo irreal, y en sus ojos pudo ver el brillo auténtico de la alegría como un niño en Disneylandia. Para Bianca, jamás había estado tan feliz como ese día, hasta que ocurrió lo que quitó la bella sonrisa de su rostro, haciendo ensombrecer a Bruce.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora