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A la mañana siguiente, Richard y Grace se despertaron tarde, casi a las diez de la mañana, por lo que se perdieron la oportunidad de desayunar junto con el resto de los miembros del Loto Imperial. Sin embargo, igual pudieron beberse su taza de café, comer sus bizcochitos salados y sus tostadas con crema de maní, hasta saciarse. Mientras comían solos en una de las cafeterías, acordaron volver a recorrer las instalaciones para apreciarlas mejor, ya que la noche anterior no habían podido ver demasiado. Si bien no dejaron de admirar los detalles del decorado de un club tan importante como el Prestige, la sensación no era la misma que a plena luz del día, por lo cual ni bien terminaron de desayunar, abandonaron rápidamente la cafetería para recorrer los pasillos.

La actividad del club, si bien les parecía extrañamente asombrosa durante la noche, por el día parecía serlo aún más. Los miembros del Loto Imperial con los que se cruzaban caminaban con las cabezas bajas, la mirada perdida, como si estuvieran en una constante distracción mental o en un profundo letargo, y por más que tanto Grace como Richard los saludaban al pasar, nadie les respondía. Encogiéndose de hombros, continuaron con el paseo, tomados de la mano y sonrientes, admirando todo a su alrededor.

Con la luz natural del día, tanto Richard como Grace advirtieron que las paredes de los interminables pasillos parecían diferentes, como más antiguas e incluso más derruidas, como si las humedades de la vegetación espesa que parecía rodear todo el lugar por fuera, hubieran afectado de alguna manera la calidad del empapelado o la pintura del interior. Además, sin contar de ese gran detalle, que parecían ser mucho más anchos que la noche anterior. Quizá fuera un simple truco de percepción, gracias al efecto lumínico de poder ver las cosas con más claridad, pero la cuestión era que el misterio estaba ahí. Richard no pudo evitar recordar aquellas viejas películas de terror que veía de adolescente, donde las casas embrujadas parecían jugarle ilusiones a los pobres tontos que se metían dentro de ellas, o como un libro que había leído hace mucho tiempo, donde una mansión maldita cambiaba de forma solo para joder a los protagonistas.

Se tomaron sus buenas dos horas en recorrer al menos la mayor cantidad de recovecos y pasillos disponibles, hasta que por fin llegaron a aquella misteriosa puerta negra en medio del pasillo que se bifurcaba en dos. Al amparo de la luz natural, aquella puerta parecía ser más rara aún de lo que había visto la noche anterior. Solo era una simple puerta, lisa, de madera, sin ningún tallado, pero por algún motivo parecía imponer dentro de uno mismo una sensación enorme de respeto. Grace iba a continuar caminando, pero al ver que Richard no se movía, se giró hacia él.

—¿Qué haces? —le preguntó, al verlo frente a la puerta.

—Nada, solo miro esto.

Richard se acercó todavía un poco más. La puerta no tenía pestillo, tampoco bisagras ni cerradura. Parecía ser una pieza completamente entera de madera. Se acercó un poco más, y se miró los brazos. El vello se le erizó como si estuviera sometido a una descarga de electricidad estática, además de que podía escuchar un sordo zumbido. Tenue, apenas imperceptible, pero ahí estaba. Entonces levantó su mano libre, y en cuanto vio que comenzó a acercarla a la puerta, Grace habló.

—Quizá este aún fresca la pintura.

—Quizá nunca estuvo pintada —respondió él. Entonces, con lentitud, apoyó la palma de su mano encima de la madera, que por extraño que le pareciera, estaba muy fría —. ¡Oh, guau! —exclamó.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, de forma curiosa.

—La puerta vibra.

—¿Qué? ¿Cómo demonios la puerta...?

Pero Richard la interrumpió.

—Tócala —le dijo—. Incluso hasta parece que murmura, muy por debajo.

Cuentos para ir a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora