101. LA VERDAD ABSOLUTA

5 2 0
                                    


«Lo siento... lo siento...».

Rea no supo por qué razón se disculpaba. No recordaba ni dónde estaba, mucho menos lo que había hecho. Entonces ¿por qué? ¿Por qué le dolía tanto el corazón y a la vez sentía que ese dolor ni siquiera era suyo?... pero sí la culpa, esa era completamente suya.

¿Estaba muerta? No parecía que estuviera en algún lugar en concreto. Sabía que había caído al agua, que la recibió con un frío impacto de muerte. No había luz, o al menos no podía verla, sólo una inmensidad oscura e insondable. Percibía el cuerpo extrañamente ligero, como si no pesara. ¿Acaso flotaba?

«Estoy muerta, ¿verdad?», se preguntó, pensando que estarlo no le parecía algo tan malo. Si estaba muerta ya no habría culpa, ni dolor, ni confusión. Sus memorias sufrirían un reinicio en su siguiente vida y por fin podría comenzar de nuevo, pues en ese lugar y tiempo ya no quedaba más para ella.

«Estoy muerta», lo pensó con más seguridad, esperando la llegada de la paz que precede a ese acto. Sin embargo, ésta nunca vino, en cambio, advirtió un vacío en su interior que le decía que ella no significaba nada, que era nada.

«Esto apenas comienza ¿y tú ya te estás rindiendo?».

La aterciopelada y tranquilizadora voz llenó la inmensidad en la cual Rea flotaba. Revotó en su mente con suaves ecos que rozaron sus concavidades. Le resultó familiar, pero no logró discernir de dónde. Quien fuera el que le hablaba se hallaba muy lejos de ella como para que pudiera identificarlo.

«Todavía queda mucho por hacer».

Le subrayó y, por la forma en que lo dijo, Rea creyó que le sonreía.

«¿Dónde estoy?».

Descubrió que pudo responderle sin mover los labios. Su mente proyectó sus palabras trémulas hasta el rincón donde estuviera el que le hablaba.

«Estás a salvo».

«¿Estoy viva? ¿Por qué?».

«Porque yo lo permito».

La voz era de alguien joven, muy joven. La chica trató de alzar los brazos para ver si podía tocarlo y así éste la sacara de la oscuridad. Sin importar lo que hubiera pensado antes, no quería seguir allí. Estaba aterrada, el frío le atravesaba el cuerpo y se sentía perdida.

«Ayúdame».

Sus brazos tocaron la nada. Ninguna persona la recibió. El miedo creció en su pecho, amenazando con devorar su ya débil corazón.

«¿Cómo puedo ayudarte?».

«Yo... yo... no lo sé».

Gimoteó.

«No sé qué hacer. No sé dónde estoy. No sé lo que soy».

«Lo sabes», la consoló la voz, «muy en el fondo lo sabes, pero te han obligado a ignorarlo».

Quiso abrazarse a sí misma y se dio cuenta de que no sentía nada. Sus manos eran como aire, al igual que su cuerpo.

«Ayúdame, por favor, ayúdame».

«Lo lamento, no puedo hacerlo. No, si no empiezas a aceptar».

«Pero tengo miedo».

Una risa suave rozó su alma, aminorando el terror.

«No debes temer. Yo voy a guiarte en todo. Sólo debes estar atenta, pues para aclarar tus dudas y descubrir lo que necesitas, primero tienes que escuchar una historia. Una que ha venido definiendo el destino del mundo desde hace siglos. Sólo hay una advertencia: una vez que comience, no tendrás oportunidad de volver a lo que fuiste antes. Tendrás que renunciar a todo».

Rea se sintió sin salida. Lo que la voz le planteó parecía un acto imposible para ella que carecía de arrojo. Dentro de la chica un conflicto se desencadenó: mientras algo la impulsaba aceptar, un recelo renuente la frenaba a no ir más allá porque temía el costo de la verdad.

Entonces un coraje que nunca creyó poseer embraveció, incitándola a tomar una decisión que cambiaría su vida para siempre.

«Dímelo todo».

Cuando la voz volvió a responderle, sonó orgullosa y satisfecha.

«Entonces te lo diré, pequeña Etérea. Esta historia inicia con el atrevimiento de un dios quien, al intentar tomar el lugar de su madre y arrebatarle sus dominios, desató una guerra que quebró los cielos e hizo aullar a la tierra; la guerra que al final provocó su descenso al inframundo donde sufriría una eterna penitencia. Sin embargo, más allá de las leyendas y las suposiciones, la historia completa, la que sólo pocos privilegiados conocen, esconde la verdad absoluta de lo que sucedió entonces».

Conforme la voz continuaba, la oscuridad fue siendo reemplazada por un claror suave, similar al resplandor del amanecer. En una respiración, el vacío tomó forma y color y un mundo apareció ante Rea.

«Esta es la historia de la Diosa y el hijo que osó desafiarla».

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora