42. UN CHICO TEMPLADO

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Érase una vez una civilización sabia y orgullosa que llenó el mundo de color y música. A éste le dio su arte y compartió los saberes antiguos por muchos años perdidos. Los apodaban los ojos estrella porque sus miradas eran como dos piedras preciosas que resplandecían incluso en la noche más oscura. Eran seres de alma bondadosa que ayudaban sin esperar nada a cambio, pero nunca intervenían en los conflictos bélicos del hombre.

Partían de sus ciudades de cristal y luz en sus caravanas que llevaban a donde las personas los necesitaran, aunque no compartieran su credo. En tiempos de penurias viajaban a tierras devastadas por la guerra o poblados azotados por la enfermedad o la tempestad. Los curaban, los proveían de lo hiciera falta e incluso les cantaban para alegrar sus corazones.

Poderosos como ningún otro ser humano en Lásorat, eran dueños de una magia incomparable. Sin embargo, nunca hicieron uso de ella en las guerras o pusieron un pie en batalla. Su magia la destinaban a la curación y la prosperidad de Lásorat; para resguardar la vida, pero jamás dañarla. Fue así como, por su enorme altruismo, fueron amados y, por su poder, respetados.

Juraron siempre estar allí y brindar al mundo lo que hiciera falta para preservar la vida, hasta que, sin previo aviso, ellos faltaron a su palabra. De la noche a la mañana todas las caravanas se retiraron sin excepción alguna; los ojos estrellas partieron de sus pequeñas colonias establecidas en las periferias de los poblados, incluso de los lugares donde los necesitaban, y se retiraron a sus ciudades. Nunca dijeron nada, jamás hubo un por qué. Se limitaron a marcharse dejando rencor y dudas tras ellos, dudas que no respondieron ni en ese entonces ni después. Ese periodo fue nombrado como el Año del Gran Silencio.

—Pero ¿volvieron? —uno de los niños que escuchaba no pudo resistirse a preguntar. Lo interrogó con sus ojos marrones entre un mar de pecas que bañaban sus mejillas.

El pequeño grupo de infantes sentados sobre la hierba al otro lado de la cerca miró con ávido interés a Kroz. El muchacho, que recargaba los brazos en la estructura de madera, se limitó a sonreír de medio lado mientras retomaba el hilo.

—Sí, ellos regresaron, pero nunca volvió a ser lo mismo.

—¿Por qué? —ahora fue una pelirroja quien habló, tan interesada como los otros cinco niños que hacían de público para el joven.

—Porque la gente empezó a comprender que siempre habría cosas que no sabrían de los ojos estrella. Vivían bajo sus propias estrictas creencias, alejados de un mundo al que no parecían pertenecer. Luego de verlos retirarse sin mirar atrás y abandonar de la nada al prójimo al que juraron ayudar, aumentó la desconfianza que lentamente se había forjado a lo largo de los siglos ¿Qué era lo que pensaban? ¿Qué había tras esa resistencia a participar en los actos bélicos? ¿Qué buscaban al mantener distancia de los que no eran como ellos? ¿Acaso los ojos estrella escondían algo que el mundo no sería capaz de soportar? ¿Eran de verdad aliados?

—Yo no creo eso —respondió la misma niña.

—¿A no? —se mostró interesado. Los niños siempre tenían respuestas curiosas para todo.

Un poco apenada, la niña jugueteó con sus dedos, hasta que se animó a continuar.

—No podían ser malos si habían sido buenos por tanto tiempo.

Kroz inclinó la cabeza fingiendo que reflexionaba. Sin planearlo analizó el aura de la pequeña: la vio frágil y endeble, con porciones apagadas que le hablaban de los difíciles momentos que vivía en casa, tal vez alguna especie de maltrato.

—Puede ser, puede ser —recargó la barbilla sobre las manos cruzadas. Para ese momento ya no recordaba por qué empezó a contarles esa historia. Había iniciado con cuentos de caballeros y reyes y de pronto se encontraba hablando de una civilización muerta.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora