109. PARTE DE ELLA

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El tiempo era prácticamente una ilusión para las deidades. Ahí en el plano divino podían pasar décadas con luz de día o sucederse de pronto la noche para observar bellezas que sólo eran distinguibles en su oscuridad. Sin embargo, el hijo de Écade fue muy consciente de los años transcurridos en el plano del hombre y los cambios que se suscitaban, movidos por su influencia directa.

—No están procediendo como esperaba —advirtió con más entereza de la que en realidad conservaba. Del otro lado de la ventana dimensional uno de sus custodios lo escuchaba. Era el neobeato coronado, que mantenía el rostro sereno a medida que su Dios daba sus últimas indicaciones del día—. Necesito que se integren más deprisa.

Pese a la templanza de su postura, Gael, soberano rey de los neobeatos, encogió los hombros advirtiendo su insignificancia ante la deidad que juró servir y con la que nunca se imaginó hablando frente a frente. Sorprendentemente se había acostumbrado con bastante rapidez a sus encuentros.

—Lo hacemos tan rápido como podemos, mi Señor —le respondió—, pero no se pueden apresurar actos de tales proporciones. Tendríamos que forzarlo...

—No —negó con rotundidad. Pasó la mano por su boca; el resto del yelmo, donde brotaban los cuernos, seguía puesto, aunque ya no lo hacía ver intimidante—. Así no servirá. Debe ser con calma, con naturalidad o todo se vendrá abajo. Si no hubiera tantas diferencias entre los creyentes y ustedes...

—Eso es en parte nuestra culpa —admitió con tristeza Gael—... por apartarnos de la nada durante un año.

—Porque yo los moví a eso cuando sintieron que algo no estaba bien —le recordó con amargura.

Ese periodo que los creyentes nombraron como el Año del Silencio fue la primera vez que los neobeatos cerraron sus puertas, hicieron oídos sordos y retiraron su apoyo de quienes los necesitaban. Ellos habían sido los único en sentir el abrupto desapego de su deidad como si de pronto algo hubiera golpeado sus sentidos. Preocupados por la posibilidad de haber hecho algo que hubiera enfurecido a su Dios, se encerraron en sus ciudades y poblados, esperando una señal que les indicara lo contrario.

—Si yo no me hubiera ausentado —prosiguió el Dios.

—Entonces nunca habría cambiado de opinión. Además, si hay que culpar a alguien aquí es a mí. Fui yo quien dio el aviso de retirada a todos los neobeatos, pero ya no hay modo de dar vuelta atrás. Todo se hará como usted mande, mi Señor. Nosotros trabajaremos en ello; incluso el resto de los custodios se encuentra dando los últimos detalles para la creación de la Zona Cero.

—¿Cuánto les falta?

Una mueca de inseguridad cruzó por el rostro del neobeato.

—Sé que el tiempo apremia, desgraciadamente, temo que no contemos con el suficiente para resguardar a todos en caso de una repentina emergencia.

—Todavía se puede hacer más —intentó imprimir esperanza a quienes junto a él llevarían a cabo un acto jamás acontecido en la historia—. Puedo soportar otro tanto, sólo... hay que hacer que valga la pena.

Gael exhaló con cansancio. La edad no era algo que lo afectara en apariencia, como a los creyentes de Écade, pero se veía a distancia que llevaba un tiempo sin tomarse un descanso reparador. Aunque intentó sonar calmado, al hablar se notó ligeramente angustiado.

—Valdrá la pena todo.

—Quisiera ser capaz de ayudarlos al menos en eso... —dijo haciendo referencia a la Zona Cero.

—No. Usted debe concentrarse en mantenerla dormida. De todo lo demás nos encargaremos los otros. Todo... todo saldrá bien.

El Dios bajó la mirada hacia el marco de la ventana dimensional que había robado de la cámara de los sacros centinelas. Ahora yacía colocada en lo que fue su salón de memorias, un espacio vacío donde antes hubo recuerdos maravillosos. No era algo de lo que estaba orgulloso, pero el estanque había quedado destruido y tiempo atrás ya había descubierto su incapacidad para replicarlo o crear una ventana como esa. El carecer del poder para manipular a los siete elementos lo volvía algo simplemente inconcebible. Por lo tanto, trasladar el objeto fue su única opción, sólo así podría entablar comunicación directa en el lugar que fuera sin afectar a Lázorat con su presencia física. Ese día habían elegido la sala de tronos para hablar, donde cientos de neobeatos más escuchaban la trascendente conversación. Detrás, Gael podía sentir las cuatro presencias de los demás custodios, sus sacerdotes, su sanadora y su guardián.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora