88. UNA PLUMA Y UNA SATISFACCIÓN

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El encantamiento de comunicación destacaba en el muro, su fulgor gris y amarillento contrastando contra la sobriedad de la piedra. Frente a él, Yako tensaba el semblante con rabia mientras del otro lado Zet le sonreía con indolencia bajo una atmósfera oscurecida.

—Dije que ningún muerto, maldita sea —prorrumpió Yako luego de asimilar el informe, cuya gravedad Zet había diluido con su despreocupación—. Después de lo que pasó en Zeneket y el suicidio de Utam, que te expongas con tus actos es lo que menos necesito.

—Sí, está bien —puso los ojos en blanco—, me descuidé y uno terminó matándose, pero quedan dos vivos, así que, ¿cuál es el problema?

—Que, como Verzel, no paras de darle señales al enviado. Es como si quisieran tirarle en cara lo que estamos haciendo. Se está saliendo de control, Zet, lo del matrimonio al que asesinó Verzel es una muestra clara de eso. Te envié a ti para que Verzel no volviera a hacer de las suyas, pero me sales con esta falla imperdonable.

—Verzel sólo quiere que el enviado se lo adjudique, me parece. Le produce una especie de sensación de triunfo.

—Eso no nos ayuda en nada y este caso mucho menos. Los que capturaste ni siquiera tenían plumas. ¿Entiendes lo que significa? Se están preparando.

—No exageres, no están ni cerca de averiguar nuestro propósito. Además, deberías entenderlo un poco, Yako, hasta un elemental tiene un límite de paciencia y ha pasado un buen tiempo desde que descubrimos los planes del heraldo etéreo. Verzel sólo se ha hartado de verlo tan confiado y, de todas formas, no falta mucho para que el susodicho enviado se entere de todo. Esto no va a pararnos.

—Odio que compartas su retorcida lógica —tronó los dientes—. Sólo lo estás justificando, y pesimamente, por cierto.

—Baja tus humos, ¿quieres? Probablemente pronto tendremos buenas noticias.

—¿A qué te refieres?

Un toque en la puerta lo hizo erguir la postura. A su orden, un unificado de los más jóvenes que tenían, incluso más que Teonte, hizo acto de presencia. Yako no tuvo necesidad de preguntar a qué venía cuando aquel le entregó una bolsita de tela. De su interior, extrajo una pluma reluciente que aún conservaba rastros de la resina que la escondía en el interior de otro objeto. A la señal del segundo lord, el unificado informó sobre lo acontecido, que concluyó con la captura de un tal padre Laureano, quien ahora se encontraba inmovilizado en una de las tantas mazmorras. Yako permitió al subordinado marcharse, y cuando se giró se encontró con que Zet no estaba para nada sorprendido.

—¿Cómo lo supiste? —preguntó Yako sopesando la pluma sobre su palma.

Zet se inclinó con suficiencia, permitiéndole a Yako ver algo más del fondo nocturno: riscos ensombrecidos cubiertos con árboles oscuros y lo que parecía la orilla de un lago.

—No eres el único que cuenta con contactos —le respondió sin dejar en claro qué o quiénes eran, aunque Yako tampoco se molestó en preguntarle. Tenía plena confianza de que los secretos de Zet no obstaculizarían el cumplimiento de sus propósitos, aunque últimamente dudaba de sus facultades mentales—. Así que conseguiste una más por tu cuenta.

—No gracias a ti.

—Deberías estar más feliz. Era la única que faltaba.

Yako hizo caso omiso de su comentario, secretamente extasiado por la nueva adquisición. Sentía que jactarse frente a Zet era revelar su lado voluble y predecible.

—¿Cómo estuviste tan seguro de que sería uno de ellos? ¿Hiciste un examen?

La pregunta lo pilló un poco desprevenido. Al parecer, a pesar de sus obvias faltas, Zet estaba algo observador esa noche.

—Estaba harto de esperar. Luego de leer el informe del primer lord, el padre me pareció lo suficientemente sospechoso, así que hice mi movimiento —respondió con la misma dureza que aplicaba a un recluta regañado—. Un padre desaparecido no iba a causar tanta alarma como un ministro.

—Me sorprende tu arrojo —observó el otro con ironía—, no sueles ser así.

—Tal vez es por culpa de tu influencia —y haciendo una pausa añadió—. ¿Recuerdas el plan?

—¿Cómo podría olvidarlo? Es la razón por la que tú y yo existimos.

—Entonces ya sabes cómo proceder.

Zet suspiró con enfado y giró la cabeza hacia un costado fuera de la vista de Yako.

—¡Lo sé, maldición! Al menos dame unos segundos para despedirme de este sitio, ¿quieres?

Yako no hizo comentario. Sabía que a Zet jamás le emocionaba volver a Penumbra. Así como a él, le era negada una libertad con la que muchos nacían y que ellos anhelaban con desesperación. «Muy pronto», se dijo apretando en sus manos la pluma.

—Bien, estoy listo —se recuperó con rapidez—. Espero que tú también lo estés.

El segundo lord alzó una ceja sobre su ojo metalizado y gris.

—¿Por qué lo dices?

—Porque llevaré a una nueva inquilina.

El encantamiento se apagó y Yako reparó por fin en que esa noche Zet se mostraba más animado que de costumbre.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora