79. DECEPCIÓN Y DUDAS

4 2 4
                                    


Todavía afectada por el extraño encuentro con el muchacho, Rea tuvo la capacidad de enfocarse en cada detalle desde el comienzo. El heraldo etéreo había cambiado drásticamente la atmósfera del lugar, haciendo que el silencio monótono de la biblioteca diera paso a un mutismo expectante.

El enviado se movió entre las mesas circundantes y repartió unos sobres blancos y relucientes a dos personas, una mujer y un hombre que, al mismo tiempo que asimilaban el hecho, sonrieron y se mostraron conmovidos.

Rea lo escuchó susurrar la oración de entrega; ya fuera bendición o redención, las respuestas fueron buenas, lo captó en sus semblantes iluminados. Entonces el enviado se plantó al comienzo del pasillo central y comenzó a caminar hacia Rea. Ella no lo perdió de vista mientras se aproximaba desde el otro extremo; sus ojos se conectaron, pero sólo cuando el heraldo acortó la distancia, quedando a unos metros de ella, pudo distinguir el color de sus ojos: un bellísimo azul cielo intenso.

La chica fue incapaz de reaccionar y decir lo que se desataba en su interior; la incertidumbre la invadió mientras el enviado hacía un desvío hacia un pasillo ubicado entre estanterías.

Entonces l cuerpo de Rea se movió instintivamente; no se dio cuenta de ello hasta que ingresó al mismo corredor donde el enviado terminaba de hacer una entrega, ni más ni menos que a la misma Érika. Rea apretó el bolso entre sus brazos en lo que aquella se retiraba muda y pasmada hacia un rincón fuera de su vista. Cuando el heraldo se giró hizo caso omiso a su presencia, aunque lo observaba fijamente. No cabía duda, se dijo la chica, ni su gesto reservado, ni la edad que ahora reflejaba y la aparente neutralidad de su gesto impidieron que conectara todas las cosas, todas las sensaciones y sueños que poblaron sus noches en el transcurso del año.

—¿Eres... eres tú?

Ante la incomprensión del heraldo, sólo recibió silencio. La boca de Rea pronunció el nombre antes de que pudiera pensar mejor las cosas.

—¿Achten?

El tiempo pareció detenerse en el momento en que el heraldo etéreo abrió más los ojos con abrumadora sorpresa y retrocedió tumbando algunos de los libros apilados en un carrito. Por alguna razón Rea sintió que había cometido un terrible error.

Fue la primera vez que lo escuchó hablar. La primera y la última vez.

—¿Cómo... cómo me llamaste?

...

Kroz no podía tener las manos quietas. Por más que las estrujaba con fuerza éstas volvían a soltarse y sacudirse sobre sus piernas con temblores nerviosos. Encorvado bajo la sombra de un puente que atravesaba un ancho río, cuyo murmullo apenas alcanzaba a romper el silencio de la noche, luchaba por permanecer sentado.

«¿Tendría que haber huido?», se preguntó tamborileando los dedos sobre la protuberancia rocosa sobre la que se encontraba. La posibilidad seguía en pie, aunque seguramente eso no cambiaría mucho la situación en la que se encontraba. No puedo evitar que el enviado lo viera y con ello desató su propia condena.

Kroz apenas comenzaba a medir la magnitud del incidente. No tenía contemplado que lo alcanzara; pensaba que, por primera vez, luego de meses siguiéndolo peligrosamente cerca, se había aventajado lo suficiente. Que iluso. La repentina visión de la villa y de la chica fue para él la señal inconfundible de que lograría llegar antes, pero sólo era un aviso del escaso espacio que los separaba.

Muy pronto, al murmullo del agua se unió el sonido de pasos. A pesar de la oscuridad y su reticencia a levantar la vista, lo captó llegando del lado este del puente y bajando el declive que llevaba a los márgenes del río. La débil luz que lanzaban los faroles desde su cumbre lo iluminaba tenuemente.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora