97. LA VERDAD BAJO EL MANTO GRIS

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Nadie le explicó lo que sucedería. No sabía lo que sería de ella después de que la mano de aquel hombre, negro de los pies a la cabeza, cuya mirada triste sucumbía ante su diabólica sonrisa, atravesara su pecho. Rea creyó que moriría, sintió que su sentencia finalmente sería ejecutada, sin embargo, para su asombro y desgracia, vivió.

No hubo muerte, sólo un glacial frío que le apuñaló el corazón. La mano del hombre fue como una cuchilla de hielo que la traspasó al igual que a la mantequilla. El dolor quebró su grito a mitad de su garganta antes de que la realidad que la rodeaba se hiciera pedazos y fuera cubierta por una capa viscosa y negra.

Fueron horas de oscuridad, durante las que su mente vagó creyéndose condenada, hasta que abrió por fin los párpados. Tirada en un suelo polvoso, reconoció las mismas paredes oscuras de su encierro. Con más dolor que alegría, comprobó que seguía respirando y siendo una prisionera. ¿Por qué no la mataron?, pensó, ¿por qué razón querrían conservarla viva?

Contó con largos periodos para preguntárselo, hasta que el sueño la vencía y de nuevo al despertar. El tiempo se volvió un flujo imposible de medir mientras permanecía encerrada en una oscuridad casi completa. Por el resquicio de la puerta entraba un débil haz de luz que le daba la certeza de que seguía existiendo un afuera; el sonido de las pisadas le indicaba que no estaba sola.

En horarios programados le llevaban comida, la cual pasaban por una trampilla que se abría por la parte inferior de la puerta. No podía saber si eran dos o tres veces al día. Las raciones, demasiado raquíticas e insípidas, nunca parecían ser suficientes. Rea comía sólo para romper con la monotonía de su reclusión, porque no le tomó mucho tiempo intuir que ese sería el último lugar que habitaría en Lázorat. Yako no le había mentido al decirle que dicho sitio se convertiría en su nuevo hogar, el definitivo.

El lugar, silencioso y lúgubre, estaba viciado por los humores que escapaban del hueco en la esquina donde hacía sus necesidades. La habían reducido a menos que un animal enjaulado.

Luego de varias comidas, poca agua y nada de contacto humano, cuando su cuerpo maltrecho experimentó las consecuencias de la inmovilidad y la penuria, comenzó a pensar que quizás lo mejor era simplemente rendirse. Total, si sólo la mantenían con vida por sus respuestas, ya no le quedaba ninguna que pudiera servirles. Había querido confiar en ese hombre, en Yako, una sombra de mal agüero que parecía estar detrás de gente como Rem...

Los motivos de ese sujeto, su origen, eran todo un misterio como su propia existencia y a ella ya no le quedaba nada más que esperar el final incierto.

—Por favor, que ya termine —murmuró, luego de semanas de no pronunciar palabras.

El esfuerzo le valió un par de toses que la obligaron a hacerse un ovillo, hasta que, como un rayo de esperanza, la puerta se abrió proyectando un haz de potente luz. Tan pronto como el alivio empezó a surgir, éste se deshizo cuando una figura se plantó a bloquear el paso de la iluminación.

Al otro lado del umbral la silueta alta de un hombre le tendió los brazos, como a una niña pequeña, mientras la luz perfilaba los cuernos de su cabeza. Medio cegada después de tanto tiempo en la oscuridad, desorientada por el hambre y los intervalos inconstantes de sueño, su mente le jugó una mala pasada, haciendo que un nombre repudiado exhalara de su boca cuando aquél la tomó sin que ella opusiera resistencia.

—Rem...

Un chasquido de dientes en protesta fue su respuesta.

—Estúpidos. ¿Cómo piensan que vas a servirles en ese estado?

Rea captó el disgusto en su comentario y con él una voz que jamás había escuchado. Voz de hombre, gruesa, pero tersa como tenor. El unificado la cargó en brazos durante un largo tramo, entre vaivenes que no alcanzaron a aflojar sus miembros entumidos. El cómo la vistieron y alistaron para lo que fuera que la necesitaran permaneció como un blanco en su memoria. Creyó sufrir desmayos en el transcurso, o quizás su mente estaba demasiado alterada como para asimilar hasta la más simple acción.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora