51. OTRO DÍA MÁS

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Tenía frío y sólo había oscuridad. La tierra árida recibía sus pies sangrantes. Le dolía terriblemente la espalda, como si se la hubieran tallado con un afilado azadón dejándosela en carne viva. Lloraba mientras se abrazaba a sí mismo caminando por el yermo páramo, bajo un cielo encapotado por nubes negras que rugían y ahogaban la luz del sol. Si es que había un sol, porque no parecía posible que existiera algo de vida más allá de ese ilimitado espacio estéril.

Apenas recordaba su nombre, extraído del abismo brumoso de su mente. Un dolor lacerante lo obligó a encorvarse, entonces tropezó y cayó de bruces contra la dura y agrietada tierra. No pudo ahogar el grito que rasgó su garganta. El sabor a tierra inundó su boca y una segunda oleada de lágrimas bañó su rostro. Tosió el polvo y la inmundicia mientras la agonía de su espalda recorría el resto de su cuerpo. ¿Qué era ese lugar? Se preguntó. Todo era horrible, todo estaba muerto y muy pronto él lo estaría.

Gritó por ayuda, gimió y suplicó por una mano piadosa que lo sacara de ese calvario de la forma que fuera. Nadie escuchó su llamado, no hubo ni una palabra de consuelo. ¿Por qué sentía tanto dolor? ¿Qué le habían hecho? Trató de tocarse la espalda, pero palpar la herida que lo incapacitaba sólo sirvió para agravar su martirio. Apenas logró tocarse poco más abajo del hombro y, cuando retiró la mano, los dedos regresaron empapados de sangre, sangre espesa y oscura.

Oscura. Un estremecimiento lo atacó. Su sangre... no debía ser negra. Sacudió la mano intentando deshacerse de lo que aparentemente había brotado de su herida. Pero la horrible mancha siguió allí como recordatorio de su interminable agonía. Con ojos abiertos desmesuradamente, contempló el modo en que la sangre se esparcía más y más invadiendo su antebrazo, hasta su delgado hombro.

Aulló y se retorció a medida que era cubierto por la sustancia negra que lo apresó cual mortal mordaza. Se giró boca arriba, ignorando el dolor que el terror había reemplazado con facilidad. El cielo nublado hirvió ante su mirada. Un hueco comenzó a abrirse justo por encima de él, revelando una intensa luz que espantó sus pensamientos sombríos y dio una chispa de vida al seco páramo. Era hermosa, blanca como las estrellas más brillantes y despedía un calor confortable que alivió sus temblores y apaciguó su sufrimiento. La felicidad sólo duró un segundo; de pronto el calor se hizo más intenso, las heridas y la piel le escocieron; sus lágrimas se evaporaron y los ojos le estallaron dejándolo ciego. Ardió. Por encima de sus gritos una voz resonó llenándolo todo con un matiz juguetón y amenazante.

—Ya es tarde, despierta...

...

El heraldo aspiró profundo y tardó un momento en reaccionar. No quería levantarse, era muy temprano. El sol era un medio disco que asomaba penosamente por el horizonte pintando los cielos con trazos naranja dorado, un horizonte bloqueado por los pinos de la profunda hondonada donde estaba recostado.

Escuchó a Saeta resoplar en la cercanía; el murmullo del arroyo también le llegó claro. Aunque hacía frío y ya no tenía sueño, se rehusaba a levantarse porque estaba demasiado exhausto y poco motivado. Presentía que esa mañana no auguraba nada bueno por lo qué emocionarse, era sólo otro día más.

Se sentó recargando la espalda en las alforjas sobre las que estuvo recostado. Nada más que eso le servía para dormir a veces, eso y su delgada bufanda que usaba como almohada. Las ropas que llevaba se encargaban de mantenerlo lo suficientemente caliente para no sufrir una hipotermia.

Se talló los ojos sintiéndose más agotado que descansado. Saeta se acercó a él con trote lento. Olfateó su cara con un gesto amigable. Exento de ánimo, lo apartó despacio con una mano mientras rebuscaba con la otra dentro de las alforjas. Sacó la corona, se incorporó y la colocó como siempre lo hacía: abrochando las orillas de la capucha con sus cadenas. El estómago le rugió, pero no tuvo ganas de conseguir comida, aunque el monte y la vida que escondía estaban dispuestos a dársela.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora