91. SENTENCIA DE MUERTE

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Apenas llevaba una semana en recuperación, pero el apetito de Kroz seguía siendo el mismo, comía como si no hubiera un mañana. Feren lo observó engullendo unas pechugas de pollo que su madre había cocinado como celebración, aunque le pareció algo adelantado. Pese a que estaba aseado y con ropas nuevas, Feren todavía podía ver más hueso que músculo en su cara y la palidez seguía sin desaparecer del todo. Aun así, le contentó comprobar que eso no bastaba para quitarle el hambre.

El muchacho regresó la atención a su plato, que todavía conservaba buena parte de su porción, mientras se esforzaba por conservar la paciencia. Había pensado, luego de que Kroz abriera los ojos por primera vez, bombardearlo con preguntas, pero hacerlo cuando empezaba a recuperarse no le pareció lo más apropiado.

De todas formas, Kroz no tenía otro lugar a dónde ir y podría cuestionarlo en cualquier momento.

—¡Fua, estoy lleno! —exclamó el chico con cara de satisfacción.

—Es bueno que la sazón de mamá te siga gustando o si no seguramente te echaría de la casa —le retiró el plato.

—Claro que no. Tu madre me ama —dijo con toda jactancia, medio en broma medio enserio. Con una risa apagada, Feren bajó la mesilla de la cama al piso y sobre ella colocó su plato y el de Kroz—. No tenías que comer aquí si no ibas a estar a gusto —le dijo fijándose en la cantidad de comida que quedaba.

—Me da igual, mis papás no están y mamá me obligó a hacerte compañía para cuidar a su inquilino favorito —mintió. Kroz sonrió.

Libre de la mesa y los platos, se dejó caer en las almohadas que habían acomodado sobre la cabecera, colocando las manos en su barriga llena.

—¿No te aburres de estar casi todo el día aquí? Puedes salir si quieres, con tus otros amigos.

—No te hagas el tonto. Dejé de tener otros amigos cuando empecé a juntarme contigo. ¿Recuerdas?

Kroz hizo una mueca.

—Me sigo disculpando por eso.

—No importa, ya sabes que todos eran una bola de idiotas.

—Bueno, si te vas a quedar entonces, ¿cuándo planeas empezar?

—¿Empezar qué?

—Ya sabes de lo que hablo. Tus papás seguramente también han querido hacerlo, pero todos son demasiado amables como para molestar a un convaleciente con preguntas. Sin embargo, ya que eres tú, podría hacer una excepción. Cómo no hacerlo si hasta te has tomado otro día para faltar al instituto.

Tosió y Feren le pasó el agua para que se aclarara la garganta. No sonaba tan mal como recordaba; de hecho, se le veía más repuesto comparado con el día que partió.

—No te creas tan importante, hombre —riñó en broma—; no estabas bien y a nadie le pareció correcto dejarte solo. Las preguntas pueden esperar.

—¿Enserio estás bien con eso?

—¿Por qué no habría de estarlo? —recogió la mesilla, listo para bajar todo a la cocina, pero entonces sintió cómo empezaba a emanar la ira desde su estómago—. Está bien, tus razones habrás tenido, tampoco es que urja saberlo.

Kroz soltó una carcajada que dejó perplejo a Feren y se detuvo con un par de toses al final.

—¿Qué es tan gracioso? —le preguntó el muchacho poniéndose de pie.

—Tú, Feren, tú eres el gracioso —aquel hizo gesto de no entender—. De verdad eres malo para disimular. «Las preguntas pueden esperar» —engrosó la voz parodiándolo—, como si no te estuvieras muriendo por interrogarme.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora