25. LUNA LLENA

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La actividad estallaba en la gran plaza del pueblo. Aquí y allá los cocineros y ayudantes atravesaban atareados las calles y los negocios cargando humeantes platillos destinados para el festín de esa noche. Ni aun el frío y la humedad, común para esas regiones en esa temporada, los detenía; ellos corrían sin reparos, envueltos en sus gruesa prendas y con ánimo festivo.

Las mesas ya estaban puestas y la mayoría de los asistentes ocupaban ya los cientos de sillas distribuidas mientras se terminaban de hacer las últimas preparaciones. La alcaldía relucía con sus colores ocres, iluminada por decenas de candiles que le daban un aspecto pulcro y pulido.

Depositada en el fondo de la plazoleta se hallaba una tarima con un dosel que dejaba caer cortinajes traslúcidos de color blanco perla y azul pálido a sus espaldas. El podio principal se alzaba en la orilla frontal de la tarima, luciendo sus incrustaciones de amatistas y cuarzos que componían en armonía tonal el símbolo de Écade.

Todos los faroles alrededor de la plaza habían sido encendidos. Su luz aportaba claridad a lo que sería una noche de por sí limpia y despejada. Listones de matices pastel, que no variaban del verde, el blanco y el azul, colgaban de las fachadas de cada construcción, en forma de ondas que asemejaban el vaivén de las olas y de las que pendían campanitas doradas que tintineaban con el soplo más ligero.

En el centro de todo ello se levantaba el altar consagrado, temporal como las fases de la luna, que sólo se colocaba una vez al año. Tan alto como dos hombres y pintado con azul celeste, estaba hecho de madera y recubierto con yeso, para darle un aspecto liso. Lo componían tres torres, una central de mayor altura, coronada por el símbolo de Écade, y dos gemelas a los lados, situadas sobre una escalinata de tres niveles. En toda la superficie resaltaban diseños florales y ondulantes de complicada hechura. Sobre los peldaños habían acomodado, a su vez, enormes arreglos florales intercalados entre doce velas apagadas que despedían aromas dulces; sobresalían claveles, rosas blancas, nomeolvides y lavandas. En el momento adecuado, después de recitar el versículo correspondiente, el padre del templo mayor del poblado bajaría de la plataforma por los escaños laterales y se encargaría de prender una a una las velas, entonando la oración de agradecimiento.

Allí, con el altar como corazón del evento, se dispondría la gente en las sillas y mesas, sobre las que se servirían toda clase de manjares: pato asado y especiado, pavo relleno, lomo al horno, pescado al vapor, estofados y pastas; además de pasteles, tartas y frutas en almíbar que rematarían la noche acompañados de vinos, cervezas y zumos. No por poco la Ceremonia de la Lunaria, celebrada cada primera luna llena de mitad de año, representaba uno de los eventos más disfrutados por todo el mundo; se trataba de una noche en la que los creyentes se reunía en comunión para regocijarse de la compañía y los platillos; una celebración dedicada a la tierra y a los frutos que ésta proveía. Una noche de oraciones e, irónicamente, también de excesos.

La idea de quedarse resultaba un tanto tentadora para el heraldo. Seguramente, si se ofrecía a oficiar la ceremonia, como era lo esperado, lo invitarían a compartir los platillos, aunque por obligación exceptuarían las carnes, destinándole las frutas, cereales y bebidas sin alcohol. El padre le había insinuado esa mañana que podía acompañarlos si deseaba y tendría el puesto de honor. Sin embargo, el heraldo se había negado educadamente, excusándose al decir que permanecer en la celebración retrasaría su viaje. Detener sólo un momento su tarea y convivir, volver a formar parte de algo, no parecía tan mala idea, pero eso era algo a lo que ya había renunciado.

Mantuvo los ojos al frente, esquivando las miradas decepcionadas que provocaba su partida, mientras cruzaba la calle de graba. Aceleró el trote de Saeta, antes de que la última brecha de luz solar se ocultara tras el horizonte y el atardecer, de tintes naranjas y rosados, diera paso al azul negruzco de la noche.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora