63. UNA CÁLIDA CONVERSACIÓN

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Kroz se sacudió la ligera capa de nieve de su gabardina y echó un vistazo al interior de la cafetería. Las mesas estaban animadas gracias a la actuación de una unificada con sombrero de ala ancha que se ocupaba de entretener a los espectadores. Baja, cabello al ras con un gracioso copete que enmarcaba un lado de su cara, lucía deslumbrante mientras ofrecía ese espectáculo con magia de luz y agua.

Con un mejor humor, se acercó a la esquina de la barra llena, deseoso de pedir algo caliente. Mientras se decidía si ordenar una bebida complicada o un simple café cargado, regresó la atención a la unificada. Su traje compuesto por casaca con brocado y pantalones ajustados que combinaban varios tonos de azul, junto con su capa corta color zafiro, le otorgaban un aire elegante y refinado. Ni los guantes, coderas, botas, o el corsé de acero articulado le daban ese tinte agresivo que adquirían los unificados de rangos altos con sus intimidantes armaduras. El mundo para una unificada artesana no era una guerra, sino un espectáculo constante; así lo creía Kroz mientras la veía enfrascada en hacer malabares con esferas de hielo sin siquiera tocarlas.

«Como tú hay pocas, preciosa», se dijo. Una mujer anciana, quien bien podía ser su abuela, entraba al establecimiento y hacía un rodeo para sentarse en una mesa apartada.

—¿Qué gusta ordenar? —le preguntó quién atendía, un sujeto de mostacho escaso y figura rolliza que atribuyó al consumo de muchos pastelillos.

Al final, Kroz se decidió por pedir un café con mucha azúcar y se mantuvo de pie para dar el primer sorbo. Paladeó que estuviera preparado a su gusto y luego ordenó otra con menos azúcar. Sorteó las mesas llenas hasta aquella donde la anciana se encontraba apartando los restos de ventisca de su moño canoso y su sombrero violeta. A éste ñp colgó en el respaldo de la silla a tiempo de ver a Kroz tomar asiento frente a ella y ofrecerle la segunda taza.

La anciana le lanzó una mirada circunspecta.

—Creí que le vendría bien algo caliente.

Su respuesta fue un encogimiento de hombros y una sonrisa resignada.

—¿Por qué no? —dijo aceptándolo de buena gana.

Por unos minutos ambos se concentraron únicamente en beber de sus respectivas tazas. Kroz fue quien tomó la palabra primero, luego de bajarse la capucha para airear sus rizos.

—Sin ofender, pero ¿no es malo para alguien de su edad salir con este clima? —señaló con la vista la ventana estrecha desde donde se podía ver caer la ligera nevada.

—No subestimes a todos los de nuestra edad —contestó cadenciosa dando otro sorbo corto—... en especial a alguien de mi clase.

—Lo sé —sonrió en respuesta—, sólo quería iniciar un tema de conversación. Después de todo me ha estado siguiendo desde hace rato y me pareció grosero portarme cortante.

—Mmm...

La mujer clavó sus ojos en el oscuro líquido. La luz baja de los candiles apenas le permitió distinguir el reflejo verde avellana de sus pupilas.

—¿Cómo se llama? —preguntó el muchacho.

—¿Importa?

—A mí sí.

La mujer bajó la taza y comenzó a remover el contenido con la cuchara. Se arrebujó en su saco y pañoleta, aunque la calefacción del lugar funcionaba a la perfección y volvía el interior cálido y confortable.

—Me llamo Lucernna.

—Un placer conocerla.

Kroz inclinó su café y dio otro trago. Al mismo tiempo la unificada obtuvo exclamaciones de asombro al hacer volar sobre toda la concurrencia una imitación de dragón de fuego a pequeña escala. La increíble recreación, tan exacta como peligrosa, sobrevoló trazando un óvalo y lanzando llamaradas inofensivas de un color blanco azulado. Volvió a la unificada que lo hizo introducirse en su sombrero y extinguirse. La enorme pluma de este bailoteó a un lado y otro cuando lo acomodó sobre su cabeza. Kroz rio por dentro. Una técnica así nunca fallaba. Por su carácter llamativo e indómito, el fuego era uno de los elementos que más impresionaban.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora