26. LAMENTOS EN LAS RUINAS

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La corteza del árbol era áspera y rugosa, no obstante, la bella vista mitigaba la sensación que le producía al recargar la mano en el tronco. El viento que corrió travieso le acarició la frente e hizo revolotear sus mechones castaños.

Sólo y alejado de la civilización por fin podía disfrutar del panorama en absoluta calma. Era amplio y basto, cerrado por árboles de distintas formas y tamaños que, junto con sus diversos matices de verde, daban lugar a una gigantesca manta de consistencia mullida.

Desde la orilla del precipicio era capaz de contemplar la flora rebosante del famoso bosque Arrebolares, donde el heraldo se tomó unos momentos para reflexionar. Disfrutó del aire puro que exhumaba de la vegetación. Había tantas cosas por hacer aún, tantos viajes y entregas que no parecían tener fin. La gente podía presumir a viva voz su famoso recorrido por Li-Faradai, un viaje de diez años que lo llevó a visitar casi todos sus rincones. Casi todos, porque la realidad era que lo había dejado inconcluso. Se estaba tardando demasiado y todavía quedaban dos regiones por visitar, más gente de tierras lejanas que fuera testigo de su aparición; así que terminó por dejar los poblados más pequeños atrás y pasar a Li-Briden. Los creyentes lo entenderían, pensó; esperaba que respetarán su decisión, así como respetaban lo que era. Luego suspiró preguntándose si la vida le alcanzaría para terminar lo que inició.

El heraldo regresó a montar a Saeta; éste había estado dándose un aperitivo con el pasto que crecía a las orillas del camino que discurría por los límites del acantilado. Tomó las riendas e hizo andar al corcel hacia un lugar olvidado por el hombre.

...

La encrucijada marcó el punto crucial de su trayecto. De ella partían dos vías en direcciones contrarias. Uno era un camino terregoso que denotaba una usanza continua en torno al cual crecían hileras de árboles y setos silvestres; otro, un maltrecho y descuidado sendero, casi completamente oculto por la abundancia de arbustos y malezas enraizadas; estaba claro que nadie había pasado por ahí desde hace largo, largo tiempo.

En medio de la intersección, el heraldo captó el alto poste incrustado en la tierra. Las tablas, cortadas en forma de flechas, apuntaban cada una a un tramo distinto indicando sus respectivos caminos. El primero, con dirección a la izquierda, tenía escrito en letras negras y rectas el rótulo «Camino errante: ciudad La Meca»; el segundo, con señalamiento a la derecha, estaba desprovisto de palabras. En su lugar había un símbolo solitario pintado en color rojo; lo componían una cruz de talle alto rodeada por un círculo, una forma simple que no daba cabida a la imaginación.

El heraldo echó un vistazo a sus espaldas comprobando que seguía solo. Entonces se internó en el trayecto de la derecha, con Saeta tambaleándose a causa de lo estropeado del sendero. Allí los árboles adyacentes crecían de un modo más desproporcionado, con una especie de ímpetu que les aportaba una constitución grotesca y descomunal. Desde hace mucho sus gruesas y retorcidas raíces habían traspasado los límites del sendero, levantando la tierra y fragmentándola en su continuo enroscamiento. Las ramas fornidas y deformes se enlazaban con las de árboles vecinos, formando un tupido domo que seguía la prolongación del camino y envolvía el trayecto en una penumbra sofocante. A medida que el camino se fue volviendo más abrupto, las raíces retrocedieron, los huecos se llenaron y las malezas se hundieron en la tierra por su propia voluntad para despejarle el tramo. El heraldo alcanzó a oír algunas risillas agudas y susurros que indicaban la presencia de vida más allá de las aves y los animales rastreros.

No pasó mucho cuando una manada de chacales cruzó corriendo el camino poniendo intranquilo a Saeta. El heraldo tensó las riendas para mantenerlo quieto cuando dos chacales osaron detenerse y observarlos con ojos voraces. El enviado les sostuvo la mirada, silencioso e impertérrito. Unos segundos bastaron. Las bestias gruñeron y siguieron al resto de la manada que se les había adelantado. Jinete y corcel retomaron la marcha.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora