30. ENTRE LAS TUMBAS

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El pilar estaba donde siempre, como lo construyeron desde la fundación del cementerio, coronado por un sacro centinela de corto cabello rizado. La belleza de su armadura, similar al resto de los sacros centinelas, recaía en los brazaletes hechos de complejos espirales que recorrían sus antebrazos y cuello combinados con estrellas de numerosas puntas. A la par de estas, largas series de runas tatuaban su atavío como un festival de florituras. Orgulloso, sin parecer altivo, sostenía enhiesta una alabarda cuya hoja y mango estabas igualmente engalanadas por el mismo tipo de runas.

Zariza se dejó absorber un momento por su semblante. Natahel, el primer sacro centinela, era el único al que siempre retrataban con un mirar soñador y sereno, como si fuera completamente imperturbable; las alas recogidas, que según decían las Sagradas escrituras eran originalmente de platino, estaban hermosamente talladas en piedra caliza.

Rodeó un poco el pilar y al guardián que se alzaba sobre él con sus rasgos suaves y agraciados. Anclado en una base circular formada de adoquines, funcionaba como una rotonda pequeña alrededor de la cual estaban dispuestas varias lápidas. Zariza se dirigió a donde se encontraba una con forma de arco, situada bajo la larga sombra que proyectaban los árboles, cuyo follaje empezaba a volverse marrón. Se inclinó y con la yema de los dedos tocó el nombre grabado de Yukem Meridea, seguido abajo por una frase que recitaba «Amado esposo. Su recuerdo permanecerá en los corazones de quienes lo apreciaron en vida». El mensaje era rematado por unos tallados que recreaban enredaderas con hojas de hierbabuena. El rostro de Zariza se contrajo al tiempo que le dedicaba su acostumbrado saludo.

—He vuelto, Yukem.

De la honda canasta que llevaba, sacó una manta y la extendió sobre el césped que crecía entre la rotonda y la lápida. Se sentó en ella, cuidando de no caer sobre los pliegues de su abrigadora falda larga, y se tomó su tiempo para extraer una a una las demás cosas que guardaba, mientras tatareaba una canción acompasada. Había cerrado temprano su local y se había cubierto con la gabardina más gruesa que tenía, ya que planeaba quedarse hasta bien tarde. Con unos serillos prendió una vela aromática que colocó en la base de la lápida para que impregnara con su olor el nombre grabado en ella. Cambió el ramo de girasoles secos que había dejado la semana pasada por uno con gladiolas rojas frescas. Unió sus manos llenas de cicatrices en posición de rezó y suspiró.

Tras ello, pasó horas lamentándose de acciones pasadas, de no haber sido lo bastante fuerte para responder ante el desastre que sepultó su antiguo hogar.

El temblor llegó como todos, sin ningún aviso. La tierra se estremeció haciendo que las casas chirriaran mientras las calles y banquetas se convertían en una masa ondulante. Aunque por fortuna provocó pocos daños materiales, su hogar fue una de las escasas excepciones.

El complejo habitacional, donde se había mudado junto a Yukem después de casarse, tenía unas bases viejas y gastadas que el temblor terminó por debilitar. El edificio se estaba viniendo abajo, como una pieza de dominó que caía lentamente. Ella no se encontraba dentro en ese momento, había ido a comprar la merienda y medicina; así que cuando pasó el terremoto corrió cuanto pudo, pensando en la seguridad de la persona que amaba. Al llegar encontró el edificio inclinado y apoyado endeblemente sobre el costado de otro. Entendió que debía actuar rápido; tenía que ir por Yukem que yacía afiebrado en cama.

A Zariza no le importó golpear la cara de uno de los hombres que trató de detenerla para que no se lanzara a lo que podría ser su tumba. Corrió hasta atravesar como pudo la construcción en ruinas, donde el aire viciado de polvo y escombros la hizo toser y la obligó a entrecerrar los ojos que le escocieron. En lo primero que pensó fue en subir directo al tercer piso donde estaba Yukem. Ascendió por las escaleras con tanteos. La estructura había quedado maltrecha y debió pegarse a la pared por la nueva inclinación que había adoptado.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora