66. ENCUENTRO INDESEADO

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Subalternos y unificados de rango superior hicieron el correspondiente saludo a Barian cuando cruzaba el amplio vestíbulo de mármol, entre gruesas columnas y ricos candelabros. Ella se los regresó de la misma forma cortés, sin disimular del todo su semblante hastiado, mientras un pequeño séquito la seguía en una marcha solemne para tratar los últimos asuntos de la junta. Ser magistrado a veces, o más bien casi siempre, se convertía en un trabajo fastidioso a causa de tanto protocolo y ostentosas muestras de sumisión. La gente se paraba, frenaba su prisa, olvidaba por un momento lo que competía a ellos, sólo para mostrarle respetos que bien podría pasar por alto.

Al carajo los saludos, estaba bastante insatisfecha con su último viaje como para que le importaran. Luego de una junta que duró horas, lo único que deseaba en esos momentos era una buena comida, un baño relajante y que la dejaran transitar en paz; pero primero lo primero, el tan odiado papeleo. Se había pasado la última hora llenando un informe que registraba sus actividades en Li-Briden, con todo y los pormenores insustanciales.

—Magistrada secondo, esperamos contar con su valiosa presencia esta noche en la fiesta de gala —reiteró el corregidor de efemérides, una de las tantas personalidades que habían asistido a la reunión de ese día.

—Puede contar conmigo —«Aunque también puede que me retracte a última hora», se guardó. Una fiesta llena de gente prepotente era lo que menos deseaba.

El corregidor sonrió. El escudo de la placa fundida en su peto verde destacó sobre su corazón cuando infló el pecho satisfecho antes de marcharse. A él le siguieron el primer y el segundo autócrata, luego de compartirle a Barian sus sugerencias sobre una ampliación en la infraestructura de las instalaciones unificadas de ciertas comarcas. Libre por fin de interrupciones, subió una de las escaleras alfombradas y dobló a la derecha, en el punto donde se partía en dos tramos arqueados, el lado que la conduciría a la Oficina Central del Jerarca Magistral, con quien trataría uno de sus últimos asuntos. De ahí le esperaba su asiento en el Gran Consejo, para rematar un día de labores que parecían interminables.

En el camino una cómica pareja de unificados primos, uno gordo y uno flaco, bajaron las miradas demostrando su sumisión a ella, ante quien no eran prácticamente nada. De nuevo Barian suspiró, como hiciera al ingresar a las instalaciones. Era una fortuna que no se encontraran en época de censo. Había un ajetreo moderado, lo que indicaba que en el mundo de la magia las cosas seguían su curso sin nada trascendente que lo turbara.

La capa golpeó sus pantorrillas con cada escalón subido. Le dieron ganas de quitársela, pero ya había dejado en descanso a sus potestales y no se vería bien que ella la cargara. Caminó por un pasillo que, como los techos del vestíbulo, estaba lleno de molduras y lámparas decoradas. Esquivó por poco a una mujer que pasaba a toda prisa envuelta en su uniforme de secretaria. Sus ojos se detuvieron en el rostro malhumorado de Barian antes de que atinara a disculparse y huir despavorida.

Luego de dejar atrás una serie de puertas destinadas a las más diversas funciones se detuvo ante una de cristal de doble hoja, cuya placa rezaba Oficina Central del Magisterio. Se preparó, casco calado, rostro sereno, para cumplir con otra de sus fastidiosas obligaciones.

—Disculpe, magistrada.

«Otro más». Se giró con cara de «No estoy de ánimos para que me sigan interrumpiendo», la cual deshizo al percatarse del pequeño muchacho cargado de papeles, quien la miraba achicado. Al reconocer la toquilla color ocre que cubría sus hombros hasta su esternón, recordó la carpeta que aún debía enviar al Archivo de Registro. El muchacho, jadeando, estaba ahí precisamente para llevárselo, como le había pedido que lo hiciera al terminar la junta. Lo más probable era que la hubiera perseguido desde que salió de la sala, pero no reparó en su figura esmirriada entre tanto movimiento y su prisa.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora