47. PENSAR, SENTIR Y TEMER

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Teonte cerró los ojos sólo un momento para centrarse en los sonidos: los pasos de miles de personas, el trote interminable de las bestias y las ruedas, el estruendo de las locomotoras y el viento frío luchando por alborotarle más el cabello.

Entrar a la ciudad había sido relativamente sencillo. Un muro la rodeaba como si se tratara de una fortaleza, pero no era difícil para un unficado experimentado en la infiltración encontrar un punto débil y aprovecharlo. Lo difícil era mantenerse enfocado con los constantes vínculos de los unificados que poblaban sólo ese rincón de la ciudad, pequeños vestigios de sus presencias; sumado a ello, estaban los rastros elementales de sus conexiones pasadas, su magia efectuada horas antes. Ser sensitivo le había valido muchos reconocimientos años atrás, era cierto; resultaba útil encontrar sospechosos de ataques cuando los restos de su propia magia se resistían a abandonarlos lo suficientemente rápido. En esos momentos, sin embargo, eran tantos que representaba una molesta distracción.

Respiró hondo. Aunque hacía de todo para permanecer calmado, la ansiedad siempre terminaba por volver; agradecía al menos poder controlarla lo suficiente para que no afectara su juicio.

Abrió los ojos. El campanario de un templo menor le proporcionaba una excelente panorámica de una considerable porción de la metrópolis. Podía ver las calles y parques, así como su aglomeración de edificaciones y sus correspondientes obras. Por encima de ellas el cielo se tornaba naranja y más adelante, en una planicie aparentemente interminable, el oscuro de la noche empezaba a asomarse.

«Llegó la hora». Se ajustó el saco y contempló por última vez el sol ocultándose como si no quisiera despedirse de él. Resultaba irónico que hubiera elegido ese lugar bajo las mismas antenas de cristal y acero que bloqueaban la entrada de la oscuridad a la ciudad; pero si a la misma Diosa parecía no importarle tales detalles, a él tampoco tenía por qué; estaba lo suficientemente escondido y abandonado para continuar con el siguiente paso sin interrupciones.

Cruzó las piernas sobre el cemento y se quitó un guante sin producirse un corte esta vez. Simplemente colocó la mano en el suelo y dejó fluir lo que había estado guardando, lo sintió brotar de su pecho y recorrer su hombro para bajar por su brazo con un escalofrío. Las líneas de oscuridad se deslizaron por debajo de su ropa y salieron por su muñeca resbalando de sus dedos; en el instante en que tocaron el suelo se separaron hacia los rincones más oscuros del campanario con un siseo escalofriante.

La voz carrasposa de Verzel inundó entonces sus pensamientos.

Me llamas demasiado pronto. Aún hay luz —se quejó.

Teonte se cubrió la mano reteniendo un estremecimiento. La simple idea de llevarlo dentro siempre le resultaba repugnante, sin embargo, era la única forma en que Verzel podía violar las restricciones de los arcos, aunque fuera una pequeña parte.

—Necesitamos estar preparados con antelación. Y no es tanta luz como para que una parte de ti no pueda soportarla —dijo Teonte a regañadientes.

La risa del elemental resonó con amargura.

Parece que no aprendes a controlar tu actitud. No siempre tendré paciencia contigo, mago.

A Teonte la palabra ni siquiera le resultó ofensiva. Unificado, mago, para él eran lo mismo sin importar quién lo pronunciara.

—La tendrás si quieres seguir saliendo —añadió el hombre—. ¿Estás listo?

Suspiró frustrado.

Por supuesto, como acordamos. Sabes que nunca pronunciarás mi nombre en vano.

«Ojalá pudiera», pensó. Al menos una vez cada tantos meses se arrepentía de tener la capacidad para poder invocarlo. La noche anterior no fue diferente, Verzel lo había mirado con sus ojos rojo brillante, dos deslumbrantes granates ávidos y hambrientos. Los hilos de sangre seguían cayendo, convirtiendo su rostro en una máscara grotesca. Teonte le dio un tiempo al elemental, o la sombra de lo que en realidad era, para que examinara su alrededor. Observó la fauna despacio, la poderosa corriente del río más abajo y sobre todo el cielo con su luna en cuarto creciente a la que contempló con desdén.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora