54. LA OSCURA INCÓGNITA

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Creyó que vería pasar toda su vida frente a sus ojos. Eso decían siempre: que cuando sentías cerca el final, tu historia se desplegaba ante ti como un cruel recordatorio. Pero no sucedió así en su caso. Ni siquiera pudo pensar en su infancia, ni en los padres que nunca conoció y tampoco tuvo intención de buscar; no revivió sus méritos y las capturas o su vida esclavizada al Magisterio; sólo una cosa ocupó sus pensamientos y esa fue la certeza de que iba a morir.

Usar la oscuridad tenía tanto ventajas como desventajas, entre ellas que jamás podrías confiar en nadie, ni siquiera en otro usuario de la oscuridad, ni en tu propio maestro; pero jamás creyó que las cosas terminarían tan pronto ni de una forma tan patética. Fue un tremendo estúpido todos esos años al no indagar sobre las particularidades de Zet: ese rechazo por entrar a los poblados, la forma en que siempre desaparecía del mundo sin dejar rastro. Los avisos por medio de los sueños, en los que concertaban sus encuentros, era algo a lo que Teonte ya se había acostumbrado, pero el que Zet lo siguiera como su sombra y hallara con tanta facilidad, siempre lo mantuvo intranquilo.

Y allí estaba el costo de su ignorancia, ahora podía atestiguarlo. El frío que lo recorría y la oscuridad que le impedía ver lo que fuera. Más allá de la inutilidad de su cuerpo inmóvil y su completa desorientación, el frío penetrante era lo que más lo agobiaba; se le pegaba en los huesos y en cada partícula del cuerpo. La sensación de vértigo e inestabilidad lo acompañaba. No era como si estuviera cayendo, más bien se sentía a la deriva, medio flotando, medio lanzándose a un precipicio. Por último, estaba el horror y la seguridad de que todo lo que era se iría al carajo. ¿Y quién era? Comenzaba a olvidarlo.

No, no, se esforzó por concentrarse. Al menos tenía el derecho de conservar eso antes de entrar en los dominios del inframundo donde Verzel le arrancaría su esencia. Recordó entonces quién era, recordó su nombre, fracciones de su última misión, pero lo que siguió después, el desenlace, había quedado fragmentado como si un terremoto hubiera arrasado con él. Era Teonte, Teonte Ácata, unificado de rango militante —según los registros oficiales—, primera clase. Había destacado casi en muchas áreas: combate, inteligencia, dominio de elementos y una admirable obediencia; todo esto antes de convertirse en desertor y ser perseguido por los que antes fueron sus aliados, hasta que gracias a Zet logró hacerse de los medios para fingir su muerte.

Su última misión, ¿cuál había sido? Ya. Lo sabía. Encontrar a alguien, identificarlo para entregarlo a las mismas garras que en ese momento lo arrastraban.

El pánico llegó hasta él como ola implacable. El heraldo etéreo, las sombras, el error y su inevitable sentencia se agolparon en su cabeza. Todo empezó a tomar forma, a encajar entre sí, a cobrar sentido. La magia oscura había sido su más grande error, eso y el entregarse tan fácilmente a ella. Le había servido por tantos años para ocultarse, inclusive para deshacerse de sus cadenas. Había arriesgado tanto sólo para conservar su frágil libertad y ahora se estaba muriendo. Todo fue una mentira y él una simple marioneta en el tablero de un juego que no le concernía.

—Eres mío, Teonte —llegó hasta él una voz espectral—. Eres parte de mis dominios.

«No, aún no», quiso resistirse a su llamado, el mismo que lo movía a internarse más en las profundas sombras. Sentía, sabía, que de no hacerlo terminaría tragado por ellas y no saldría jamás.

—Es inútil. Vendrás a mí, siempre todos vienen a mí tarde o temprano.

«No, no, todavía estoy vivo, aún no he muerto». Pero las palabras no brotaron de su boca, se quedaron formuladas en su cabeza mientras el miedo lo asfixiaba. Intentó desesperadamente aferrarse a algo, suplicó a lo que fuera que pudiera escucharlo. Haría cualquier cosa con tal de ver la luz de nuevo. No quería morir, quedaba tanto por hacer. La mayor parte de su vida se había limitado a obedecer, a ser algo que jamás pidió ser. Era injusto, odiaba al Magisterio por eso y al mundo que lo aceptaba sin ningún problema.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora