58. NUNCA OLVIDAR

9 2 3
                                    


Len-krei estaba seguro de lo que estaba por hacer. Décadas pensando en aquel suceso, años y años de no ser creído, considerado un loco y luego destituido lo llevaron a aquello.

Mientras esperaba que el sol se ocultara, la mente del hombre divagó en viejos rencores. La mayoría de los unificados y los miembros de todos los grandes consejos no eran más que hombres convencidos de una seguridad y un orden que no existían. La Reforma Mágica nunca aseguraría la venida de otra guerra magistral y sus juicios estancados, ahora estaba seguro, no lograrían ver más allá de las murallas que los protegían. Hombres como él eran quienes siempre debían encargarse y mantener a raya las irregularidades del mundo, incluso en contra de la voluntad de sus líderes ciegos.

Tenía que ir más allá de lo permitido para asegurarse que la paz y el orden, tan efímeros como la escarcha, no colapsaran.

—Es el momento —se dijo tras comprobar la hora en el reloj de péndulo.

Revisó que todo estuviera en orden. Su vieja armadura verde, sus dagas colgando de su cinturón, entre otras herramientas, y el yelmo bien calado. Salió de su casa por la puerta trasera hacia el jardín donde permaneció un momento llenándose de la energía natural que irradiaba de la tierra. No había elegido Ilios al azar. Ese lugar tenía algo especial y Len-krei se había quedado con la esperanza de usarlo para su provecho el día que fuera necesario. Tal día era ese.

Formó vínculo con la luz y al instante la energía de la tierra fluyó hasta él en un torrente abrumador y excitante. Ella le proporcionó el calor negado por ese día helado y un cielo parcialmente nublado que luchaba por cubrirlo todo.

Su cuerpo se camufló con el ambiente mientras sentía como su vínculo se volvía uno con todo, fundiéndose con la esencia de las plantas, el aire, el agua y la misma luz, hasta convertirse en algo imperceptible para cualquier unificado. El efecto duraría poco, pero con ello no dejaría cabos sueltos. Si el heraldo resultaba ser un usuario de la magia, no podría percibir sus vínculos.

Satisfecho, dio gracias a los fundadores de la villa por asentarse en esas tierras antes de usar la luz y teletransportarse.

...

Ilios se fue ocultando a medida que el heraldo descendía por la escarpada colina. Delante de él, a más de dos kilómetros de la villa, aguardaba un bosque de pinos que sería su próximo refugio.

Avanzó por la hierba cubierta de escarcha y miró el cielo, en esos momentos una capa mullida y espesa cargada de humedad y hielo. El mundo era un espacio oscuro bajo una bóveda blanquecina.

No tuvo problemas para proseguir. Sus ojos acostumbrados a travesías de esa naturaleza se aseguraron de pisar terreno seguro y Saeta, que poseía una mirada más desarrollada que la de sus congéneres, también sabía manejarse por esos rumbos oscuros. Muy pronto se abrieron camino entre los pinos gigantes de negro follaje. Una vez bajo sus copas, aunque cubiertas de pesada escarcha y con la certeza de que el temporal no tardaría en atraparlo, se sintió por fin seguro. Se encontraban lo bastante lejos de la villa para respirar un poco de libertad rodeados de un aire glacial.

Len-krei estuvo atento a cada movimiento luego de días de esperar ese momento. Vigilar los alrededores del templo donde el heraldo tomó asilo le dio la información que necesitaba, más que nada aquella relacionada con su partida de Ilios. Se balanceó con cuidado sobre las ramas más altas, camuflado ahora con madera y agujas de pino adheridos a su cuerpo. El viento producido por él ayudaba a que sus movimientos pasaran desapercibidos.

Paró al mismo tiempo que el heraldo cuando este se puso a examinar un suelo despejado y cubierto por ramas colosales, a poco de llegar a las faldas de las montañas. Len-krei levantó el labio en una mueca. No podía negarlo: el enviado seguía viéndose tan auténtico que dudó un par de veces si debía continuar.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora