119. CINCO FÉRETROS

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—¿A qué te refieres con que se fue solo?

En esos momentos el gendarme mantenía una postura regia. No obstante, a través del portal de comunicación, Yako fue capaz de ver su impaciencia reflejada en el tensar de sus manos que tenía cruzadas sobre la mesa de su escritorio. Se había asegurado de hacer el portal lo suficientemente grande para que abarcara hasta por debajo del diafragma.

—Insistió mucho en hacerlo por su propia cuenta —contestó Yako sacudiendo la cabeza, como diciendo qué se le iba a hacer—, y como ya debería saber usted, no iba a ayudar en nada que interviniera.

—Zet no debe moverse así. Se lo hemos dicho miles de veces.

—Yo la mitad de esas veces —respondió con humor y paciencia, aunque por dentro estaba molesto de la continua tendencia de Zet a actuar impulsivamente—. A pesar de todo, tenga seguro que volverá como siempre.

—¿Cómo puedes estar tan confiado? —golpeó la superficie de su escritorio a medio iluminar por su lámpara de mesa—. Hasta ahora él mismo desconocía a lo que se enfrentarían.

—Precisamente por eso Zet fue a buscar el rastro de esas... anomalías y sea cual sea el lugar del que provengan las encontrará.

—¿Y si no puede escapar?

—No me diga que ya perdió su fe en él —sonrió Yako un tanto divertido.

Falon movió la cabeza de modo que el cuello le tronó. Ponerlo en ese estado de tensión era difícil, pero cuando lo lograban, tanto Yako como Zet, se vanagloriaban de poder quebrarlo. Cuando le contó sobre la presencia de la magia oscura que ayudó a liberar al enviado, el gendarme apenas le había dado importancia. Ya sospechaban que al menos alguno de los seguidores del heraldo podía manipular el poder de la oscuridad. De hecho, no le preocupó mucho que su presa escapara, pues tampoco significaba que lo hubieran perdido todo. Al desplegar ese encantamiento le enseñarían a la farsa de enviado que contaban con más herramientas de las que imaginaba y que pronto volvería a caer en sus garras.

Fue cuando Yako le confesó el resto de esos unificados oscuros que Falon mostró señas de preocupación y le pidió detalles de todo. Yako le había explicado que no eran simples unificados como ellos. Se trataba de entidades cuyo poder había superado por un instante al de Zet y que podían moldear la oscuridad a niveles comparables con el propio Verzel.

—Zet volverá porque esta vez no lo tomarán por sorpresa —terminó añadiendo Yako mientras cruzaba los brazos a la espalda.

—En cuanto regrese dile que se comunique conmigo. No es momento para que actúe a su antojo. ¿Has entendido?

—Perfectamente —lo saludó como todo un unificado certificado. Falon respondió con un chasquido de dientes antes de romper comunicación.

Yako separó el puño de su pecho y observó su palma. Al quitarse el guante reparó en que la runa de Verzel, aquella que ataba a todo unificado con su esencia, se encajaba en su piel, cual acero al rojo vivo, hasta hacerla sangrar de las orillas. La corona con forma de huesos empezó a apretar su cabeza provocándole una fuerte jaqueca.

«Ah, olvidé decirlo, mi gendarme priore, quizás Zet ya esté muy cerca de encontrar lo que buscaba», inició un soliloquio interno, «... y no parece que estemos por recibir buenas noticias».

...

Zet hizo un gesto de impotencia. El rastro de la estela oscura comenzaba a desvanecerse. Era de esperarse. El amanecer estaba aflorando en esa parte del mundo, pero ya había recorrido cientos de kilómetros, transportándose de sombra en sombra hasta internarse en otra maraña de elevaciones, como para rendirse.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora