10. UN VIVAZ DESTELLO

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Nico miraba al extraño con ojos curiosos. Lo había encontrado por pura casualidad tras ingresar al parque adoquinado. Esa mañana iba a reunirse con sus amigos como hacía casi todas las tardes, pero una pequeña distracción lo desvió por completo. Una pelota había rodado junto a él y el niño lo siguió con la mirada por pura costumbre. El objeto fue a dar a un rincón del parque donde la naturaleza había ganado terreno y dejaba crecer a sus anchas un conglomerado de arbustos altos y unos cuantos árboles frondosos. Entonces lo encontró, un bulto enorme sobre una banca vieja olvidada mucho después de la construcción del parque. Era apenas visible; de hecho, fue mera suerte que el niño hubiera distinguido los pies entre un hueco de los arbustos que tapaban esa esquina olvidada.

A sus seis años, ese descubrimiento bastó para que se olvidara de jugar y se acercara. Una vez allí, frente a las densas plantas, se puso de puntitas para verlo a detalle. Apretó con fuerza el barquito de madera que llevaba en sus manos.

Escuchaba los gritos y las risas de los demás niños que llenaban el espacio, especialmente en el quiosco donde correteaban y jugaban colgándose del barandal. Otros se divertían en las cajas de arena construyendo precarios castillos y unos más se paseaban en los columpios y los altos toboganes. En otra ocasión, Nico se habría sumado a la algarabía sin dudarlo, de no ser por ese desconocido que había captado su atención.

El sujeto estaba recostado en una banca de madera, que ni siquiera Nico recordaba que existiera, con el brazo derecho recargado sobre su frente y el otro colgando flácido. Estaba profundamente dormido y arremolinado en su capa color caqui. Tenía alzada la capucha y su antebrazo enguantado cubría por completo sus ojos. Un cinturón cargado de estuches y bolsillos asomaba por la abertura de la capa.

Aun con la capucha puesta, el pequeño niño distinguió mechones rizados de cabello rubio, como rayos de sol, saliendo de los bordes. Se sintió tentado a tocar uno de aquellos graciosos rizos, pero de inmediato se arrepintió. Aquél era un completo desconocido, ya que rara vez se veía a algún adulto pasearse por allí cuando estaba invadido por los niños, y menos a uno descansando tan plácidamente entre tanto ruido.

Nico estaba seguro que era un extraño y, sin embargo, tuvo el suficiente valor para acercarse y observarlo desde una peligrosa distancia por alguna razón. Quizás por la forma despreocupada con la que descansaba o porque, contrario a un adulto común, no parecía molestarle en absoluto estar rodeado de todo ese ajetreo.

El desconocido dejó escapar un quejido. Seguro soñaba, aunque no parecía ser algo bonito. Sus delgados labios se movieron; murmuró palabras extrañas que no tuvieron significado para Nico.

Movido por mas curiosidad, redujo el metro de distancia que los separaban hasta que su barbilla se rozó con las ramas de los arbustos. Se balanceó y estuvo a punto de perder el equilibrio. Por suerte estiró los brazos y eso lo estabilizó. Cuando iba a retroceder, un grupo de niños pasó corriendo a sus espaldas y uno de ellos lo empujó sin querer.

Nico soltó el juguete y azotó sin remedio hacia el otro lado de los arbustos. Su rodilla fue lo primero en recibir el golpe al caer de costado. El dolor fue como un látigo. Tomó su pierna haciéndose un ovillo y chilló. Olvidó por completo donde estaba y lo que había estado haciendo antes, hasta que una espectral sombra se proyectó por encima de él.

La figura del extraño, que casi triplicaba su altura, se alzó intimidantemente. Todavía llevaba la capucha puesta, por lo que no podía ver claramente sus expresiones, pero seguramente no estaría de buen humor luego de ser despertado por su llanto.

Trató de levantarse, pero el escozor en la rodilla la obligó a caer de nuevo. El extraño dio un paso hacia él. La impresión lo hizo moverse instintivamente hasta que quedó sentado y recargado en sus manos de cara al desconocido. No pudo hacer más que abrazarse las piernas asustado y sollozar. Empezó a sorber por la nariz en lo que el sujeto se encorvaba, recogía el barco de juguete, lo desempolvaba y luego se lo tendía con una cálida sonrisa.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora