14. UN DESAGRADO HACIA LA MUERTE

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El enviado abrió los ojos de golpe y sus dedos dejaron de tocar su pacífica melodía. La lira bajó con el movimiento de su brazo acompañado de un suspiro. Más allá de la fogata que alumbraba una noche apaciguada, bajo el resguardo de un árbol de hoja ancha, la brisa salada del mar llegaba hasta su improvisado campamento. Finalmente había llegado a la costa, porque no tenía ánimos de visitar otra gran ciudad después de tantos viajes continuos con descansos cortos. Una provincia estaría bien por el momento: era más pequeña, menos concurrida y de clima más cálido, justo el cambio que le hacía falta si deseaba relajar su tensado cuerpo.

Por eso se había detenido en ese punto y había empezado a tocar su lira, un hábito que jamás abandonaba se hallara donde se hallara: al aire libre, bajo los techos de un templo o capilla o en el interior de una caverna oscura. Siempre tocaba. No obstante, esa vez algo lo hizo parar súbitamente.

Atento a la respiración del mar y al movimiento de las olas que producían sonidos susurrantes, clavó su mirada en dirección a la provincia. Más allá de las dunas y los arbustos, se asentaban casas y edificios de colores pálidos y techos parduscos.

Bajó la cabeza para retirarse los cabellos de la frente que caían sobre su corona. Su mano se detuvo un momento sobre sus ojos mientras una temblorosa aspiración sacudía su cuerpo. Se sintió repentinamente decaído. Aunque retomó su música al poco rato, no volvió a ser lo mismo. Fue entonces cuando decidió que empezaría con sus entregas una hora más temprano a la mañana siguiente.

...

«Lucero del Poniente», leyó en el arco pintado con florituras blancas que pertenecía a la provincia. El lugar era circulado por un aire fresco. Hileras de palmeras y almendros crecían a las afueras de viviendas altas con techos de cuatro aguas y largos ventanales. Varias de las casas poseían balcones con herrería o de madera que les daban un aspecto más acogedor. No cabía duda, había entrado por el arco que daba hacia la clase media de la población.

El ajetreo matutino llenó sus oídos: voces pregonando pescados, moluscos y mariscos frescos a la venta; gente encaminada a realizar sus labores diarias cruzando, charlando, discutiendo; carruajes, carros y carretas arrastrados por caballos o asnos. Alrededor también había muchos vendedores callejeros que ofrecían al por mayor sus baratijas traídas de los mares, como collares y pulseras hechas de conchas color pastel. La mayoría de ellos cerró la boca con sólo ver al enviado, pero no tardaron en reanimar su tarabilla una vez que se alejó de sus negocios.

Ya había recorrido numerosas calles y, aunque podía seguir un trayecto derecho que lo guiaría a la avenida desde donde tendría acceso a los caminos principales de la provincia, torció tras pasar la vigésima segunda cuadra. Había un lugar al que debía ir primero, un lugar que lo atraía como el imán al hierro. No pudo evitar hacer unas cuantas entregas en el camino, ya que de vez en cuando se topó sin querer con otros destinatarios de bendiciones y redenciones entre tanta calle concurrida.

Empezó a reprenderse por su tardanza, ya que, sumado a ello, no logró levantarse lo suficientemente temprano. La noche pasada había tenido otra pesadilla que, en vez de interrumpir su sueño, lo encadenó y lo dejó sumido en un terror profundo.

Transcurrió poco más de una hora cuando por fin llegó, tras insistir a Saeta que apretara el paso. Frente a él estaba la modesta casa pintada de un pálido azul pastel. Adjunto a la vivienda había una fonda con techo de palma que indicaba, mediante un letrero, «Cerrado hasta nuevo aviso». El heraldo extrajo la bendición al azar, pero cuando estaba dispuesto a desmontar, el grito de una mujer brotó de la casa.

—¡Nooo! ¡Por qué te lo llevas! —lloró desgarrada.

A su llanto se sumaron voces que trataban de consolarla en vano. Algunas personas que pasaban se quedaron viendo la ventana frontal por donde el escándalo resonaba, más curiosos que preocupados. El heraldo comprobó con pesar que era demasiado tarde.

El Heraldo Etéreo (Parte 1 de la saga)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora