Cuando Stella llegó a su apartamento lo hizo con un mal sabor de boca, le había escrito a Hugh, le llamó miles de veces y no obtuvo respuesta. No entendía. Tenía hasta la noche para tomar una decisión pero él se había desaparecido, como si se rindiera con ella y lo odiaba, porque la había hecho renunciar a Adrián por nada.Tiró su bolsa en el sofá y se sacó sus tacones. Detestaba estar en desventaja, abandonada y sola. Era el sinónimo perfecto de perdedora y ella no lo era en lo absoluto.
Caminó hasta su cocina, bebería una botella de vino y mandaría todo al diablo. Podía empezar de nuevo con alguien más, volvería a trazar nuevas metas y las superaría todas, era su naturaleza ser competitiva. Se dio la vuelta tras coger una copa del mueble y saltó del susto al ver a su amante allí parado, con media sonrisa contemplándola.
Respiró hondo. Que él lo hubiera pagado y tuviera la llave no le daba el derecho de entrar a su apartamento y sorprenderla. Eso no le gustaba.
—¿Qué haces aquí? Creo que tu silencio fue lo suficientemente comunicativo— le espetó con dureza.
—Stella. Tan precipitada como siempre— negó con la cabeza el hombre, dejándola confundida —No te ignoré, preciosa, jamás lo haría. Siento demasiada dicha de tu respuesta, me has hecho el hombre más feliz de toda Canadá.
Ella arqueó una oscura ceja. No le parecía emocionado, mucho menos satisfecho, estaba casi inexpresivo, pero funcionaba para ella.
—No parece. Creí que me abandonabas— frunció su ceño —No vuelvas a ignorarme de esa forma.
Hugh le dedicó una sonrisa encantadora que la hizo derretirse. Debía admitir que él la cautivaba, era todo un caballero y sabía decir las palabras correctas, además de que sabía dar los regalos perfectos y eso le era suficiente.
—Nunca. Solo no tuve tiempo de responder porque me distraje...— bajo su atenta mirada él metió la mano en su bolsillo y extrajo una caja azul de Tiffany's que la dejó sin aliento —Eligiendo el anillo perfecto para la mujer que amo, porque el anterior no era el acertado.
Stella se quedó sin respiración cuando Hugh se colocó sobre su rodilla en una pose dramática de película Hollywoodense y abrió la caja frente a ella. Sus ojos brillaron con la más pura de las avaricias cuando el diamante en el centro del anillo reflejó la luz de la bombilla de su cocina.
Era precioso. Era un brillante diamante central redondo engarzado entre cuatro puntas delgadas, con líneas limpias y contemporáneas. El aro del platino estaba cubierto con una delgada banda de micropavé de diamantes que la hizo suspirar enamorada de aquel anillo de compromiso.
—Dios, es precioso— jadeó con la vista fija en la piedra de miles de dólares. Miró con ojos chispeantes al hombre que se le proponía por segunda vez.
—Stella Greene, ¿quieres ser mi esposa?
—¡Sí! ¡Por Dios, sí!— chilló, se quitó el anillo anterior y esperó ansiosa a que él pusiera esa grandiosidad en su dedo.
Sintió el peso y el frío en su anular izquierdo. Una sonrisa amplia se formó en sus labios y luego se lanzó a los brazos del que pronto sería su esposo. Lo besó en los labios, lentamente, disfrutando del momento, y de lo que vendría en un futuro para ella.
—Quiero que nos casemos cuanto antes— murmuró el hombre rodeándole la cintura y sonriendo sobre sus labios.
Stella, aún en las nubes, asintió de acuerdo. Mientras antes fuera la señora Lambert, mucho mejor.
—Debemos hacer una fiesta de compromiso— propuso. Quería presumir la joya en su mano, era lo que más ansiaba en ese momento.
Sentía que la vida por fin le sonreía, que le daba lo que tanto anhelaba. Lo había intentado con Adrián y no funcionó, para lo que había crecido estaba sucediendo y no podía estar más feliz. Sería pronto una mujer reconocida entre las demás, disfrutaría de lo que tanto había ambicionado y sería espectacular.
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My Favorite Sin (+18)
Любовные романыPecado es una palabra que puede interpretarse de muchas formas. Stella lo sabía y tampoco le importaba, ella no creía en tal cosa. No creía en un castigo divino o terrenal. Ella hacía lo que quería, como su madre le había enseñado. Amar no era un pe...