Stella cenaba lentamente, tratando de evitar lo más que pudiera lo que sabía que iba a suceder. Por alguna razón que no quería admitir, no deseaba estar con Hugh aquella noche, su prometido no le parecía atractivo esa noche.No podía parar de pensar en Reese, en Verónica y en lo que se había convertido aquel viaje al que había sido obligada a ir.
—¿No te gustó la cena, amor?— escuchó que murmuró él, disimulando la ansiedad. Él ya había degustado su plato y el postre, mientras Stella apenas llevaba la mitad.
—Sí, está deliciosa. Por eso me tomo mi tiempo para comerla— respondió escuetamente, con una sonrisa que pretendía que fuera convincente.
—Quiero hacer un brindis— propuso él levantando su copa.
Stella dudó antes de tomar la suya, no quería ser distraída de su escape de la realidad. Trataría de retardar toda aquella puesta en escena que había inventado Hugh para apaciguar, al parecer, su propia culpa.
—¿Por qué brindamos?
—Por la maravillosa mujer que se convertirá en mi esposa— sonrió el hombre con galantería —Por ti, mi amor. Por hacerme el hombre más afortunado y feliz.
—Salud— recitó ella con inconformidad. En otro momento se hubiera sentido la reina del mundo por esas palabras, se habría sentido venerada e inalcanzable pero sabía la verdad, sabía que solo de su boca salían puras mentiras y adulaciones.
—Salud.
Bebió de la copa de vino sin apartar la mirada de la suya, se sentía incómoda como nunca antes, así que se cuestionó a sí misma sus emociones. ¿Cuándo le había importado a ella que él tuviera otra mujer? Siempre fue así, desde que lo conoció siempre hubo otra, ella era esa otra, debía asimilar que al convertirse en su esposa, otra ocuparía su lugar de amante.
Lo único que debería importarle era su estatus, mantener a Hugh complaciendo sus caprichos, nada más. Así que bebió todo el vino de un trago, armándose de voluntad para lo que se suponía que se esperaba de ella. Era la prometida de un millonario, él le daba todo, la tenía como reina, y Stella ofrecía a cambio su belleza y su cuerpo.
Era deprimente, pero era su meta personal de vida. Por un momento pensó que se amaban, ella lo quería, no mentiría, pero nunca hubo un amor real y esa revelación le sentaba de maravilla porque luego no tendría motivos para sentirse culpable cuando cumpliera el objetivo de vengarse de él. Porque lo haría, vaya que sí.
Decidió dejar los cubiertos de lado, no podía seguir comiendo bajo la pesada e intensa mirada de su prometido, además su apetito se había esfumado. Se puso de pie lentamente y se dirigió a la habitación sin decir una sola palabra, a los pocos segundos lo sintió pegado a su espalda. Sonrió levemente, porque era demasiado predecible.
Relajó su cuerpo y dejó que Hugh la despojara de su vestido, dejándola solo en ropa interior, sintió el aliento de su amante en su cuello y ladeó la cabeza para darle acceso a su piel. Sus labios se posaron en ella haciéndola estremecer, la besó lentamente, su lengua viajando en círculos por debajo de su oreja. Suspiró con un ligero temblor, Hugh conocía ya su cuerpo, sabía cómo tocarla y donde.
Sintió cómo él retiraba su sostén y lo dejaba caer en el suelo, tomó sus pechos entre sus manos y los amasó a su antojo. Stella liberó un pequeño gemido cuando los dedos masculinos estrujaron sus pezones. Aquellas manos grandes y rústicas viajaron hasta su abdomen y tomándola de la cintura la hicieron girar.
Quedó cara a cara con su futuro esposo quien la observaba con auténtica lujuria. Con sus dedos delineó su contorno, provocando que su piel se erizara. Dio un paso al frente e hizo su único movimiento de la noche, besarlo. Cubrió sus labios lentamente, en un beso pausado que Hugh volvió salvaje y necesitado. Sus lenguas se encontraron con hambre, con rabia contenida.
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My Favorite Sin (+18)
RomancePecado es una palabra que puede interpretarse de muchas formas. Stella lo sabía y tampoco le importaba, ella no creía en tal cosa. No creía en un castigo divino o terrenal. Ella hacía lo que quería, como su madre le había enseñado. Amar no era un pe...