Stella salió del baño tras una ducha reparadora, había sido un día largo y estaba sumamente agotada, sus pies dolían con exageración y su cuello tronaba cada vez que lo movía. Estaba secando su pelo con una toalla cuando la puerta se abrió de repente, asustándola.Se giró encontrándose con Reese, vestía de traje, mas la corbata estaba deshecha, se veía también agotado, pero más que nada, feliz. Se veía muy guapo con ese estilo de empresario desaliñado, así que sonrió de lado. Estaba teniendo la mejor parte de todo su día.
—Hola— susurró ella.
—Hola. ¿Cómo están?— preguntó él dando pequeños pasos en su dirección, por un momento lo miró con confusión, hasta que cayó en cuenta que hablaba del embrión. Aún no se acostumbraba a que eran dos en el mismo cuerpo, necesitaba tiempo.
—Mal. No nos llevamos bien, no le gusta nada de lo que a mí y eso me molesta— gruñó entre dientes, recordando la comida Thai que había ordenado y que casi vomitaba del asco.
—Ya pasará, descuida.
Reese se aproximó a ella hasta tomarla de la cintura, le encantaba que hiciera eso, le provocaba cosquillas en todo el cuerpo. Stella lo abrazó con una sonrisa en los labios, él eclipsaba todo con su presencia, a ella incluida. Él se inclinó a besar sus labios, beso que recibió como un enorme alivio después de un día de mierda.
—Tu esposa fue a verme, no fue amable— susurró sobre su boca y de inmediato Reese se separó, viéndola confundido.
—¿Ella hizo qué?
—Fue a amenazarme, quiere que te deje, pero me temo que eso no sucederá. Ni ahora, ni nunca— acarició la mejilla con barba de Reese, quien la miraba con ojos centelleantes.
—¿Tiene esa frase doble sentido?— cuestionó, con una ceja alzada, y Stella rio —Porque me harías el hombre más feliz del mundo, Stella.
—Bueno, ¿y qué se siente ser el hombre más feliz del mundo?— jugó con sus palabras y esa vez fue el turno de Reese reír.
La alzó en brazos, dándole un vuelta completa que la hizo marear, pero eso no le quitaba lo divertido a la situación. Reese era un hombre increíble y después de la visita de Alessia había comprendido que lo quería demasiado como para dejarlo ir, que jamás se había sentido tan plena y que quería seguir sintiendo aquello; solo él podía hacerla amar a alguien más que a sí misma.
La dejó en el piso lentamente y unió sus frentes, sus manos grandes y cálidas descansando en su cintura. Se sentía todo perfecto.
—Te amo— susurró Reese, haciéndola estremecer.
—Te amo— se abrazó a su amante, refugiándose en su calor. Jamás había experimentado algo tan extraordinario, como el latir exagerado de su corazón o la paz que le podía transmitir un cuerpo ajeno.
Reese la cubrió con sus brazos de forma protectora y se quedaron en silencio, en medio de la habitación, disfrutando de ese momento juntos. Adoraba lo bien que se sentía ser amada, era una sensación inigualable. Y lo que sucedía entre ambos en tan poco tiempo, era simplemente increíble.
—Tengo algo que contarte, preciosa— susurró él al cabo de un rato.
—¿Podrías decírmelo estando sentados? Me matan los pies— se quejó Stella, mirándolo con una mueca de dolor. Él rio suavemente, con sus labios curvados hacia un lado y mirada feliz. Era muy guapo.
—Ven aquí.
La llevó a la orilla de la cama, donde la hizo sentar y con delicadeza comenzó a masajear sus pies. Stella suspiró con satisfacción, sin duda le quedaba demostrado que él era muy bueno con los dedos. Miró su arruga de concentración en la frente, era perfecto, y se preguntó qué había hecho para merecerlo.
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My Favorite Sin (+18)
RomancePecado es una palabra que puede interpretarse de muchas formas. Stella lo sabía y tampoco le importaba, ella no creía en tal cosa. No creía en un castigo divino o terrenal. Ella hacía lo que quería, como su madre le había enseñado. Amar no era un pe...