Reese jugueteó con su teléfono por enésima vez, sus suegros le habían enviado un video de la intervención de Alessia pero era un cobarde, no tenía las agallas para verlo. En algún momento su suegro le había llamado para agradecerle su consentimiento y había escuchado de fondo los gritos histéricos de su esposa.Había caído en un estado de rabia y alteración que obligó a los doctores a sedarla. ¿Qué había hecho? Lo correcto, le gritaba su cerebro pero de alguna forma no lo sentía así. Había dado un paso difícil y se cuestionaba a sí mismo que tan mal esposo era. Debió esperar a estar allí, no tomar la decisión desde la lejanía, huyendo de la realidad.
De repente entró una llamada al móvil dejándolo un poco descolocado. Era un número desconocido, no solía recibir ese tipo de llamadas así que decidió tomarla, tal vez la peor decisión de su día.
—Reese— dijo seriamente.
—Jamás pensé que lo harías, Reese. Eres un cobarde, te odio y juro que voy a hacerte la vida imposible en cuanto salga de aquí— escuchó con saña detrás de la línea.
—Alessia— suspiró con pena.
—No te atrevas a disculparte, sé por qué lo hiciste, vas a meter a otra en la casa pero entérate de algo, jamás te daré el divorcio, jamás permitiré que estés con otra y ninguna zorra será la madre de mis hijos. ¡Sobre mi cadáver!— gritó la mujer, Reese llevó sus manos a sus ojos y los estrujó con frustración.
Estaba agotado. Decepcionado.
—Adiós, Alessia. Hablamos cuando te recuperes.
Dejó el móvil de lado, no sin antes escuchar un insulto por parte de la mujer que amó por largos y maravillosos años.
—¿Problemas en el paraíso?— preguntó casualmente el barman rellenando su vaso de whiskey.
—Serios problemas— suspiró.
Había ido a aquel bar a despejar su mente pero cada cosa le recordaba su vida, además de que los pensamientos no lo abandonaban en todo momento. Había pasado la tarde con sus hijos en la playa y no recordaba la mitad de ella, solo podía pensar en que su familia estaba cayendo en un gran pozo y él estaba haciendo caso omiso.
Bebió un sorbo del licor y dejó que su paladar se empapara de este. Llevaba algunos tragos en el sistema, no estaba borracho, pero sí lo suficiente mareado como para querer seguir cometiendo la imprudencia de beber hasta perder el conocimiento.
—Déjalo ir. Diviértete, al final siempre serás el culpable de todo. Mejor ser acusado por algo que hiciste que por no hacer nada— comentó el chico haciéndolo reír.
—No soy de ese tipo— comentó divertido —Respeto a mi esposa.
—Claro. Suerte en casa, tipo.
—Gracias.
Reese miró cómo el muchacho se fue a servir a más personas, se preguntaba a cuántos más le había dado el mismo mal consejo y cuantos le habían hecho caso.
Él no tenía motivos para engañar a Alessia, nunca había sentido la necesidad de estar con otra mujer y todavía no la contemplaba. Aún después de la crisis de su matrimonio, seguía fiel a su esposa, la madre de sus hijos, aunque ella pensara lo contrario.
Dio la vuelta en el banquillo, con su trago en mano y entonces la vio entrar, en compañía de una mujer rubia. Iba radiante, aunque visiblemente ebria, su piel tostada contrastaba a la perfección con el bikini dorado que vestía. Captando toda la atención masculina en el lugar.
Stella caminaba con sensualidad, con una sonrisa arrogante que evidenciaba sus malas intenciones: provocar a cada hombre en el bar. Sus ojos oscuros brillaban bajo la luz tenue del lugar y su risa encantadora era hechizante.
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My Favorite Sin (+18)
RomancePecado es una palabra que puede interpretarse de muchas formas. Stella lo sabía y tampoco le importaba, ella no creía en tal cosa. No creía en un castigo divino o terrenal. Ella hacía lo que quería, como su madre le había enseñado. Amar no era un pe...