Capítulo 41

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Reese exhaló lentamente, sumido en la paz y relajación que siempre le ofrecía la parcela de su madre. Si tan solo no quedara alejada de la ciudad, consideraría levantar una casa allí para su familia, pero las niñas estaban acostumbradas a su escuela y a la urbe, sería un cambio muy drástico para ellas.

Acarició el brazo de Stella con suavidad y la apretó más contra su pecho, todo era perfecto, estaban pasando una tarde grandiosa, pero no era más que una fantasía, en una hora o más deberían estar de regreso, para su disgusto.

Abrió los ojos para verla descansar sobre su corazón, ella era preciosa y era de él, en secreto, pero suya. Habían hecho el amor dos veces, una más apasionada que otra, y había sido como tocar el cielo, majestuoso. Sentía que ella estaba dándole todo aunque fingiera que no. Cosa que lo llevó a cuestionarse, ¿por qué ella era una completa perra con todos? Porque no era ciego, veía cómo trataba a los ajenos a ella, notaba el desprecio en su mirada cuando alguien que no era él le hablaba. También era conocedor de lo ambiciosa que era, de lo vanidosa y de lo egoísta que se comportaba. Le había confesado que en efecto se había casado por dinero, en pocas palabras una cazafortunas, pero cuando estaban a solas, esa Stella no existía más. Desaparecía para darle paso a una increíble mujer.

Se inclinó a besar su frente y la vio sonreír algo soñolienta. Quería que todas sus mañanas fueran exactamente como se encontraban, abrazados. Tal vez era muy pronto para sentir algo por ella, pero lo hacía, y quería más.

—Me estás mirando.

—Te estoy admirando— respondió con una leve risa.

Ella abrió los ojos, deslumbrandolo con su mirada café intenso. Se acomodó encima de su pecho y su pelo color chocolate, sedoso y abundante, enmarcaba su cara de forma celestial. Era preciosa. Acarició su rostro con sus nudillos, adorando la piel que en ese momento era suya.

—A riesgo de sonar indiscreto y fuera de lugar, me causan curiosidad tus rasgos faciales, no son tan comunes aquí en Ottawa. ¿De dónde eres?— inquirió, interesado en sus ojos un poco rasgados.

—Nací en Ucrania. Mi familia emigró a América cuando tenía cinco años, en busca de mejorar nuestra economía— de repente su voz había cambiado, dejándolo confundido, ella tenía acento al hablar y al parecer lo ocultaba muy bien. —No he perdido mi acento, pero como siempre fue motivo de burla en la escuela, aprendí a deshacerme de él.

—Maravilloso— murmuró Reese, aún más deslumbrado —¿Y cómo te llevas con tu familia?— pensó recordando el día de la boda. Recordaba que la mujer que estaba allí era su madre.

—Es complicado. Mi padre nos abandonó cuando cumplí dieciocho, se fue con otra mujer; y mi madre, ella es un ser especial, por no insultar su persona— hizo una mueca de desprecio que él no pasó por alto —Estoy alejada de mi familia, Reese, ellos me hicieron lo que soy. Son los creadores de este monstruo.

—No eres un monstruo— la regañó antes de besar su frente.

—No sabes todas las cosas que he hecho, Reese, no me conoces— su mirada café se oscureció un poco y él quiso saber, entender por qué ella se refería sobre sí misma de aquella forma, sin embargo guardó silencio, supuso que era algo que ella no le iría, no todavía —¿Qué hay de ti? Conozco tu relación con tu padre, ¿pero qué hay de tu madre?

Él suspiró. Su madre, hacía mucho que no hablaba con alguien de la mujer que le dio la vida, la mujer que le dio la fortuna a Hugh Lambert. Su padre había comenzado su trabajo en las aerolíneas con una agencia de viajes que no iba muy bien, hasta que conoció a Marie McDowell, una mujer que había forjado una fortuna gracias a la venta de unos terrenos con petróleo que le había heredado su padre.

My Favorite Sin (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora