Capítulo 12

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Y allí estaba ella, con una desconocida, la amante de su prometido. Sin saber qué hacer o qué decir vio a la mujer alimentar con fórmula al pequeño niño. Se estremeció al pensar en sí misma atendiendo a un bebé indefenso. Jamás podría, nunca fue su fuerte, esa parte de ser mujer no existía en ella.

—No pude darle el pecho— le explicó a Stella quien solo fingió una sonrisa —No he producido leche aún.

—Yo... debería irme— dijo de repente, levantándose de un respingo del sofá donde había tomado asiento.

—Pero no me has dicho a qué venías— la joven chica frunció el ceño. Y Stella tuvo la enorme necesidad de salir corriendo, fue una muy mala idea confrontar a esa mujer.

—Yo, solo pasaba por aquí. Fue un placer...— dejó la frase al aire.

—Verónica— ella concluyó y Stella asintió.

—Verónica. Nos veremos por ahí algún día.

—Por supuesto, Angie.

Stella sintió que casi corrió a la puerta de salida. Sentía que el aire se le escapaba de los pulmones, no debió ir allí, pero era una tonta, siempre fue una patética mujer.

Subió a su auto justo en el momento que su teléfono comenzó a sonar. Era Hugh y en ese momento no quería responder. Una lágrima traicionera escapó de su ojo izquierdo, Verónica era perfecta, todo lo que Hugh había buscado en ella, lo que Adrián quería de ella. Era dulce y hogareña. Le había dado un hijo.

Golpeó el volante con ira. Daba todo de ella, su belleza, su excentricidad, era distinguida y refinada. ¿Por qué todos se iban con la mujer sosa y dedicada? ¿Por qué la abandonaban siempre?

Recibió una de las llamadas, con un insoportable nudo en la garganta.

—¿Dónde estás?— rugió con furia su prometido.

—Me fui. Necesitaba estar sola— murmuró casi inaudible.

—¡Y me hiciste salir de la reunión para nada!

—¡No me mientas! Sé que no estabas en ninguna maldita reunión de trabajo— chilló ella entre dientes, dejándolo a él en completo silencio —No me mientas, Hugh, no soy ninguna estúpida.

—Stella...

—Hablaremos cuando regrese al hotel— sin más colgó y aceleró el auto saliendo de aquel maldito vecindario.

Secó con violencia una lágrima que se deslizaba por su mejilla y miró su camino. Ella no sería la esposa remilgada, la cornuda, la engañada. No mientras se llamara Stella Greene.

***

Reese bebió de golpe un trago de whiskey que le había servido Christin. No le gustaba beber en presencia de sus hijos, por lo que esa mañana había despertado temprano, para así poder despejar su mente. Había trotado, hizo pesas en el gimnasio del hotel y aunque le dolía cada músculo de su cuerpo, su frustración era más grande.

No sabía qué hacer, temía levantar el teléfono para llamar a los señores Young pero su pequeña Alice, ella había llorado toda la noche, tenía el corazón roto por su propia madre. Y Alessia, ella solo tenía cabeza para pensar que él la engañaba. Ya estaba harto.

—Señor, debe comer o ese alcohol destruirá su estómago— le dijo la niñera empujando un plato de huevos en su dirección.

—Gracias— murmuró suavemente mirando la comida sin interés —¿Crees que cometo un error al enviar a Alessia a un centro de salud mental?

La mujer levantó la mirada de su trabajo para fijarla en él. Necesitaba una segunda opinión, alguien que viviera junto a él el mismo infierno que sus hijos, una persona que sufriera por igual los delirios de su esposa. Christin era quien más cerca estaba de su familia, y aunque era su niñera más reciente, había soportado más que ninguna otra.

My Favorite Sin (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora