La mañana siguiente se despertó por un fuerte golpe en la cama. Abrió los ojos perpleja, se encontró con un par de ojos azules muy expresivos enmarcados por una abundante mata de cabellos rubios. Frunció el ceño, ¿qué hacía encima de ella?—¿Elizabeth? —susurró confundida.
—Despierta —le pidió la niña—. Te trajimos una sorpresa —agregó la pequeña con una sonrisa traviesa que a Stella no le agradaba en absoluto. Ella era la más revoltosa de las hijas de Reese y la menos confiable en cuanto a travesuras respectaba.
—No quiero mirar. —Stella murmuró, algo preocupada. Escuchó risas divertidas, incluyendo la de Reese y suspiró algo aliviada.
Lizzie se retiró de arriba de ella dándole la oportunidad de incorporarse. Al hacerlo descubrió los siete rostros familiares que se habían hecho su día a día. Reese la observaba desde el sillón frente a la cama, Ross descansaba en su regazo comiendo una hogaza de pan. Él le sonreía con cariño en su mirada, lo que le hizo estremecer el corazón.
Sobre la cama estaban Elizabeth, Diane y las gemelas. Alice estaba a los pies de la misma, con una bandeja de comida en las manos. Todos las contemplaban, estaban felices, y no tenía la menor idea de por qué.
—Te hicimos desayuno —anunció Jessie.
—Lo preparamos nosotras mismas —aseguró Chelsey, haciéndola reír.
—¿Y por qué motivo me traen desayuno a la cama? —preguntó aceptando la bandeja que le tendió Alice. Había sándwiches de aguacate y tomate, frutas, limonada, pancakes con crema de chocolate y cubos de queso brie. Su favorito. Sonrió inevitablemente.
—Porque volviste y estamos felices de tenerte —respondió Alice a su interrogante, sembrando un nudo en su garganta.
Tenía un montón de sentimientos encontrados, sentía que no merecía todo lo que ellos le daban, trataba a esas niñas de forma despectivas cada día y aun así ellas le demostraban que la adoraban a pesar de todo. Había encontrado un hombre maravilloso que estaba dispuesto a saciar sus más grandes ambiciones solo para tenerla a su lado. La habían adoptado como suya y ella no hacía más que quejarse una y otra vez, en vez de disfrutarlos al máximo.
—Gracias —susurró conmocionada. Estiró la mano para acariciar la mejilla de Lizzie—. Se ve todo muy rico. ¿Ya desayunaron?
—No. Esperábamos por ti. —Jessie señaló el otomano a los pies de la cama. Había otra bandeja allí, llena de sándwiches. Así que era un desayuno en la cama para toda la familia.
—Bien. Pues comamos.
Diane se arrimó a ella y le tendió un cubo de queso para que comiera. Las gemelas pusieron conversión que rápidamente se volvió un tema de discusión entre las tres adolescentes. Stella sonrió de lado, mientras disfrutaba de la comida que desde luego ellos no habían preparado, pero no diría nada al respecto.
Reese se levantó del sillón y caminó hasta la cama, dejó a Ross en medio de sus hermanas y él se acomodó a su lado, tomando una fresa de su plato.
—Buenos días.
—Buenos días —repitió Stella, embriagada por su perfume matutino.
—¿Cómo estás, preciosa? ¿Te sientes mejor? —le preguntó en voz baja, con el ceño ligeramente fruncido. Ella sonrió y se inclinó a besarlo, no podía evitarlo, él la hipnotizaba, la volvía loca con su caballerosidad.
Reese aceptó su beso con muchas ganas, la tomó de la barbilla manteniéndola firme mientras sus labios se movían sobre los suyos con lentitud, provocando que su piel se pusiera de gallina y que todo su ser se alborotara.
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My Favorite Sin (+18)
Roman d'amourPecado es una palabra que puede interpretarse de muchas formas. Stella lo sabía y tampoco le importaba, ella no creía en tal cosa. No creía en un castigo divino o terrenal. Ella hacía lo que quería, como su madre le había enseñado. Amar no era un pe...