Capítulo 64

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El sol le pegaba en la cara mientras salía de aquel edificio. Los flashes la cegaban por completo, sentía náuseas, incomodidad. Escuchaba gritos en forma de murmullos y sentía una mano cerrada en su brazo.

Pudo ver toda su vida pasar frente a sus ojos en tan solo unos minutos, vio todo desde otra perspectiva mientras dejaba atrás la corte que había sacado a Hugh de su vida.

En las últimas cinco semanas pasaron los peores momentos, estuvieron tensos, a la defensiva, estresados. Declaró miles de veces frente a diferentes personas, juró frente a un juez en tres diferentes ocasiones hasta que este dio un veredicto final: ocho años de prisión por intento de secuestro y dos años por extorsión y falsificación de documentos legales. No era una larga condena exactamente, pero se sentía satisfecha.

No obstante, todo se había convertido en un show mediático a pesar de que el juicio fue muy privado. La prensa se había enterado, estaban al ojo público, acosados por periodistas día y noche. Lo suyo salió a la luz, tenían miles de manos apuntándoles con desprecio, las hijas de Hugh ni siquiera le dirigían la palabra a su hermano e incluso en la aerolínea, Reese había tenido que dar explicaciones.

Eran los juzgados, los descarados, los irrespetuosos, pero eran libres. Libres de seguir sus vidas, quererse y criar a sus bebés. Se habían alejado de todos, era mejor así, habían cambiado a las niñas de colegio también y a pesar de que todo estaba siendo repentino y muy drástico, estaban felices, viviendo en su burbuja, resguardados del mundo.

Reese la llevó hasta su auto mientras intentaban escapar del acoso de los corresponsales de noticias, salieron ilesos de entre tanta gente y por fin pudieron alejarse de allí. Había visto por última vez a Hugh, sentado junto al juez, declarando falsedades y en ese momento lo veía de nuevo, esposado, rodeado de policías y siendo escoltado a la prisión del condado.

La mano de Reese se posó en su muslo, dándole un pequeño apretón. Lo miró, él iba pendiente al camino que los llevaría de vuelta a casa y sonrió. Eran libres. Después de un largo tiempo, podían tenerse y amarse como querían.

—Es hora de empezar de cero, preciosa.

—Lo anhelo como nada.

Tocó su vientre que ya no dejaba duda que estaba gestando. Los últimos días había crecido considerablemente, formando una curva en su abdomen que quedaba en evidencia con cualquier ropa que vistiera. Se había hecho a la idea de que tendría dos bebés, ya la idea no le era tan ridículamente terrorífica y tenía planes para cuando diera a luz, que la ayudarían a volver a ser ella misma.

El camino a casa fue largo pero el silencio fue reconfortante, tuvo mucho tiempo para meditar, para pensar en lo que pasaría en un futuro. Y lo veía a él, veía a Reese con ella en cada momento de su vida. Veía a las niñas, veía plenitud. Podía ser la Stella de siempre y también la que solo ellos conocían, al mismo tiempo. Podía encontrar ese balance entre lo que siempre había ambicionado y lo que el destino le había otorgado.

Reese detuvo el auto en su lugar de estacionamiento. Ambos suspiraron al llegar a su hogar, a su refugio de paz, a pesar de que habían algunos periodistas afuera, aquellos no podían ingresar.

—Entonces así inicia —murmuró.

—No. Inicia al decirte que te amo, Stella. Te amo como no amé a ninguna otra, me llenas el pecho de una desesperación horrible, me hace vibrar de tantas formas que no creí posible y para ser honesto, no me arrepiento de todo lo que arriesgué para estar aquí ahora, contigo —dijo mirando al frente, hasta que sus ojos olivas se posaron en ella. El corazón en su pecho estaba descontrolado a niveles casi imposibles, sentía que se desmayaría. Era el efecto de Reese McDowell. 

My Favorite Sin (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora