Reese se quedó ensimismado en el taxi donde se marchaba Stella, hasta que desapareció de su vista. No entendía cómo habían llegado a tal punto, pero le gustaba, había disfrutado de su compañía, de su tarde junto a sus hijos. Y quería más, más de ella, más de su piel, su sabor y sus labios. Lo quería todo de la mujer que se estaba metiendo bajo su piel en tan solo horas. ¿Cómo era eso posible?Sonrió levemente al recordar lo que, hacía menos de setenta y dos horas, decía sobre no ser como su padre. Y quería pensar que no lo era. Él no era un maldito cretino promiscuo, solo estaba siendo cautivado por una hermosa morena y se estaba llevando por una vez en su vida, de la tentación. O de eso quería convencerse.
De regreso a los parques, para finalizar la salida con los niños, recibió un mensaje. Frunció el ceño pues Hugh Lambert no era hombre de mensajes, se preguntaba qué quería, no tenían nada más que hablar hasta el día siguiente en la reunión con los directivos del parque temático. Su relación se basaría exclusivamente en negocios, ya estaba harto de él.
H. Lambert:
¿Dónde demonios estás? Debemos hablar y esta vez en serio, Reese.
Arqueó una ceja. ¿Quién se creía? Él era un adulto y no estaba bajo su yugo para que le ordenara de tal forma. Decidió dejarle un mensaje breve y que esperaba que fuera comunicativo.
Eso no es de tu incumbencia, padre. No soy tu empleado, nos vemos cuando sea necesario.
Volvió con su familia, encontrándolos en una tienda de recuerdos atosigando a la pobre Christin. Sonrió divertido y se aproximó al grupo para calmar las energías que aún conservaban las niñas y así relevar a la pobre niñera. Compraron algunos juguetes y accesorios muy típicos de la temática del parque para más tarde regresar al hotel, Reese debía prepararse para la mañana siguiente, serían dos juntas el mismo día en las cuales debía exponer su propuesta, o más bien la propuesta de la empresa de su padre.
El bullicio no le molestaba en lo absoluto, disfrutaba escuchar a sus hijas parlotear sin parar por eso se sorprendió cuando no las escuchó más. Terminó de bajar las cosas de Ross del auto para investigar qué había sucedido con su grupo, fue entonces que vio a su padre con un injustificable rostro severo, observando a sus hijas.
Se acercó rápidamente a ellos, si estaba de mal humor, definitivamente sus niñas no eran su medio de desahogo.
—¿Qué sucede aquí?
—¿Qué le pasa al abuelo, papá?— preguntó bajito Lizzie, pero él tenía la misma interrogante.
—¿Podemos hablar en privado?— espetó, ignorando a sus nietas, cosa que las dejó desconcertadas pues ellas eran sus niñas mimadas. Reese se tensó, no le gustaba el rumbo que estaba tomando la situación.
—Te dije que no tenemos nada de qué hablar, así que nos vemos mañana en la junta— le dio un ligero empujón a Alice para que caminara, no quería seguir allí.
—Insisto, Reese— rugió Hugh.
El joven de los hombres rodó los ojos y tensó sus hombros. No tenía ni la menor idea de lo que quería su padre, pero no estaba dispuesto a soportar su humor. Le daría un minuto, no más, y entonces se largaría.
Le pidió a Christin que llevara a los niños a la suite y cuando los vio tomar el elevador, se giró hacia su padre con los brazos cruzados, demostrando con gestos corporales que su presencia no le era grata.
—¿Qué quieres?— bramó. Si él estaría enojado, Reese también podría ser grosero.
—¿Cómo te atreves?— le recriminó Hugh, confundiéndole —Eres un completo imbécil.
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My Favorite Sin (+18)
RomansaPecado es una palabra que puede interpretarse de muchas formas. Stella lo sabía y tampoco le importaba, ella no creía en tal cosa. No creía en un castigo divino o terrenal. Ella hacía lo que quería, como su madre le había enseñado. Amar no era un pe...