Epílogo

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Stella despertó abruptamente al escuchar un llanto. Miró a su alrededor algo desorientada y vio a Reese quejarse entre sueños. Se puso de pie buscando su bata y caminó algo somnolienta hasta la habitación de las gemelas. Nunca las escuchaba llorar, las niñeras se encargaban de eso. Tenía una para cada niña por las noches y una para el día con la ayuda de Christin.

Ella no era experta en bebés así que eran muy necesarias en su día a día. Desde hacía dos meses se acostumbraba a ser mamá de dos y no era su tarea favorita en el mundo. Amaba a sus niñas, como jamás pensó que amaría a alguien tan pequeñito, pero estaba digiriendo aún que dos personas dependían completamente de ella.

Reese había sido muy atento y paciente con ella, la ayudaba a seguir las rutinas y horarios de las bebés y se lo agradecería enormemente pues poco a poco se había ajustado al ritmo.

Llegó a la habitación y observó a Amber alimentar a una de las niñas, a Kateryna, específicamente, así que quien lloraba era Klarysa. Era la hora de su biberón a primera hora de la mañana.

—Lo siento, señorita, no era mi intención que Klarysa despertara, ella siempre duerme hasta más tarde.

—No te preocupes, yo la alimentaré.

—¿Le dará el pecho? —Se asombró la mujer y Stella rio. ¿Amamantar? Nunca alimentó a las bebes de ella y no lo empezaría a hacer en ese momento.

—Le daré la botella, Amber —recalcó asomándose a la cuna y tomando a su bebé en brazos.

—Sí, seguro. Está en el calentador.

Acomodó a Klarysa en sus brazos y le acercó el tetero a la boca. Vio a su hija comer, la contempló cada segundo, era perfecta al igual que su hermana, ambas eran idénticas y las dos se parecían cada día más a Reese, con una ligera variación en el color del pelo, tenían una intensa mata de cabello castaño oscuro como el de ella.

No podía explicar el enorme sentimiento que le sucedía al verlas, era abrumador. Se inclinó a besar su nariz y se deleitó con su aroma a bebé. Si hacía más de un año atrás le hubieran dicho que sería la madre de dos pequeñas niñas y que estaría sentada en una silla alimentando a una de ellas, probablemente pensaría que era una broma de muy mal gusto, pero no. Allí estaba, disfrutando de una maternidad a medias. Llevándola a su ritmo.

—¿Quiere que continúe con Klarysa? Así puede ir a su trabajo.

—No... hoy me quedaré con ellas. Retírate —murmuró sin dejar de observar a la bebé.

Levantó la mirada para ver a Reese a solo centímetros de ella, con Kateryna en brazos. Sonrió de lado y aceptó el beso de su futuro esposo. Se casarían en cuanto su divorcio con Alessia fuera aprobado, no podía esperar más para convertirse en el Stella McDowell.

Reese había cambiado su nombre legalmente al de la familia de su madre. Fue un largo trámite, pero por fin estaba libre del apellido que tanto daño le había causado.

—Me encantan estas mañanas —dijo él con media sonrisa—. Me encanta verte con las gemelas en brazos.

—Nos adaptamos poco a poco.

Recordaba el día del parto, fue doloroso, tedioso y muy largo, pero el momento de sufrimiento fue recompensado con sus caritas angelicales.

—Las amo tanto, Reese —susurró—. Temo ser indiferentes con ellas, no ser una buena madre. Por Dios, tienen tres niñeras para cada hora del día.

—Es tu manera, no todo el mundo lo aprueba pero es la forma en la que te sientes cómoda. Eres una excelente madre.

Lo miró a los ojos, veía la verdad en ellos y eso la reconfortaba. Los labios de Reese se posaron en su frente y respiró hondo. Después del nacimiento de las bebés tenía muchas inseguridades, las mismas que Reese intentaba cada día de ahuyentar pero no era tarea fácil. Había tenido una infancia de infierno, temía repetir el patrón.

My Favorite Sin (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora