Capítulo 62

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Stella descansaba en su pecho, el día se había tornado un poco tenso después de la ecografía y los días siguientes también, al saberse que la policía no había dado con Hugh. Y no lo harían. Él no volvería a aparecer nunca más, a menos que Reese así lo quisiera, y no era así.

Estaban en paz, tranquilos, disfrutando de la mejor etapa de toda su relación, ¿por qué lo arruinaría llevando a Hugh a sus vidas, nuevamente? No, se llevaría el secreto a la tumba.

Miró la cómoda a unos metros de la cama, los papeles del divorcio estaban allí, ya firmados por su padre. Solo debía esperar el momento perfecto para enviarlos con una dirección falsa y convencer a Stella de que no se la diera a la policía.

Estaba rozando el límite de lo criminal pero no le importaba, ya no. Si mantenía a su familia a salvo, lo demás era irrelevante.

Se incorporó un poco y se aproximó al vientre de Stella, besó a sus bebés como cada mañana lo hacía, y ella ni siquiera se inmutaba. Ese pequeño momento de paz lo era todo, la intimidad que tenía con el embarazo, lo perfecto que era. No importaba cuántos hijos tenía, la emoción era la misma de la primera vez. La expectativa de cómo sería al nacer, las ansias de al fin conocerlo. Tendría gemelos otra vez y era una completa aventura, sobre todo cuando la madre no era simpatizante de los infantes.

Miró a Stella con media sonrisa. Ella era especial, su diamante en bruto. Supo desde el momento en que la conoció que nada sería común, que cada día sería diferente al anterior.

Escuchó voces en el pasillo y entendió que era momento de levantarse. Los más pequeños ya estaban despiertos y la casa sería un completo caos dentro de los minutos siguientes. Dejó a Stella durmiendo y se dirigió hacia el pasillo. Efectivamente, Lizzie y Diane estaban listas para un largo día.

Tomó a sus hijas y las llevó a la cocina, donde ya Christine tenía algo de desayuno preparado, las dejó a cargo de la niñera y volvió a por Ross. Su hijo estaba despierto en su cuna, jugando con los juguetes que allí tenía. Su salud iba muy bien, había progresado y no había vuelto a recaer. Todo iba mejorando en sus vidas y lo estaba disfrutando.

—Pequeño, me temo que debes abandonar la habitación de bebés muy pronto. —Lo recogió, llenando de regocijo al bebé.

—Puede conservarlo, es muy estrecho para dos bebés. Para mis bebés —recalcó Stella a sus espaldas haciéndolo reír.

Seguía fascinándole su forma tan directa de expresar lo que sentía. Por supuesto que no sería suficiente para ella, sus ojos abarcaban más espacio que los suyos.

—Y supongo que querrás elegir una habitación por ti misma. —Se dio la vuelta para enfrentarla. Stella sonrió.

—Efectivamente.

Reese rompió la distancia entre ambos y la besó lentamente.

—Haz lo que quieras. Eres la reina de esta casa.

La vio sonreír con altanería antes de besar su frente y alejarse en dirección a la cocina. Dejó a Ross en su silla para bebés, debía despertar a la siguiente ronda de niños: las mayores y las más complicadas.

Trotó escaleras arriba, pasando por su habitación y deteniéndose al ver a Stella frente al espejo. Ella estaba con la bata a la altura del estómago, revelando su vientre. Estaban allí, creciendo dentro de ella y se estaban manifestando. El vientre de Stella estaba muy abultado esa mañana en particular, como si ya no temiera ocultarse más.

—¿Has visto lo grande que está hoy? —jadeó ella, preocupada.

Reese sonrió conciliador, casi nostálgico. Dentro de nada tendrían otro par de bebés llenando de ruido aquel lugar. Se acercó a Stella, atraído por la majestuosidad de su embarazo. Jamás había tocado su vientre mientras ella estaba despierta, temía que se sintiera incómoda pero en ese momento ya no se podía resistir más.

My Favorite Sin (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora