—¡Stella, ven!— escuchó por enésima vez. Se sentía como en un maldito circo, era arrastrada de un lado a otro por las niñas de Reese sin piedad alguna. Había perdido la cuenta de cuántos intentos por ganar un estupido pato Donald había realizado.Y estaba molesta, la más pequeña de las niñas no se separaba de su lado y no había tenido ni una sola oportunidad de estar a solas con Reese. ¡Era agobiante! Le dolían los pies, sus perfectos tacones estaban sufriendo las consecuencias de la lluvia que había caído esporádicamente en toda la tarde, tenía helado en su blusa de Vera Wang y estaba sudando, ¡inaceptable!
Decidió ignorar a Alice, ya estaba agotada, no aguantaba una atracción más, ni un stand de juegos más ni nada en lo absoluto, se sentaría en una banca hasta que decidieran largarse de allí, sino salía corriendo antes.
Caminó en dirección contraria a la familia, Diane tiró de ella y tuvo que rodar los ojos, la niña se estaba convirtiendo en un fastidio. Así que se acuclilló ante ella.
—Escúchame, pequeña humana— cuidó sus palabras, no quería asustarla solo ahuyentarla —Largo, vete con tu padre. Déjame en paz— susurró cuidando de que nadie más que ella la escuchara.
—No— le contestó con una risilla traviesa que exasperó a Stella.
—¿Qué quieres de mí? Soy mala, soy como la madrastra de Cenicienta, soy la bruja del mar de la Sirenita— aludió a los personajes que obviamente eran villanos y que estaba segura que Diane conocía —Soy como Scar del Rey León. Shu, vete— la ahuyentó como se le haría a un perro y la niña volvió a reír.
—No— canturreó la pequeña —Eres una princesa— le dijo con ternura, cosa que hizo estremecer a Stella, nunca jamás nadie le había dicho aquello, ni siquiera su madre cuando ella aún era niña.
—No ablandarás mi corazón pequeño monstruo— le advirtió —Ve, dile a tu padre que quieres ir al Princesa por un día.
Le dio un pequeño empujón a Diane para que se alejara, cosa que resultó. La niña corrió hacia Reese dándole la libertad de seguir su plan: descansar y alejarse de esa locura que llamaban familia.
Caminó tras un suspiro de alivio hacia una de las bancas, dejó su bolso sobre sus piernas y agradeció al cielo estar sentada. Cerró los ojos por un segundo y sintió el impacto de un pequeño cuerpo entre sus piernas. Gruñó con fastidio, ya estaba harta.
Abrió los ojos para encontrar los luceros grandes y expresivos de Diane mirándola fijamente. Era una mala broma del destino.
—Mi papi dijo que no hay tiempo.
—Tu papi es malo— le sonrió con falsedad —¿Puedes darme espacio? Siéntate por allá, la banca es lo suficientemente grande para que estés lejos de mí.
La niña rio antes de alejarse y sentarse a su lado, en una pésima postura que le hizo recordar a ella misma a su edad. ¿Qué le sucedía? Últimamente estaba recordando muchas cosas de su niñez.
—Siéntate bien, con propiedad. Eres una señorita, no un flaco desgarbado— no pudo evitar reclamarle —Además te puedes lastimar la espalda— Diane la miró como si fuera un ser extraño y puso los ojos en blanco, olvidó que estaba hablando con un infante de tres años —A ver, haz lo mismo que yo.
Stella se acomodó en la silla con postura y cruzó la pierna como acto reflejo. Diane hizo lo mismo, con la diferencia de que sus piernas eran demasiado cortas y simplemente quedaban una sobre la otra. Stella rio involuntariamente.
—Me parezco a ti— comentó la niña.
—No quieres ser como yo, créeme— murmuró amargamente.
ESTÁS LEYENDO
My Favorite Sin (+18)
RomansPecado es una palabra que puede interpretarse de muchas formas. Stella lo sabía y tampoco le importaba, ella no creía en tal cosa. No creía en un castigo divino o terrenal. Ella hacía lo que quería, como su madre le había enseñado. Amar no era un pe...