Recordaba toda la noche anterior para su mala suerte. Sus labios sobre los suyos, sus manos en su piel, su ardor en sus palmas. Ni siquiera pudo hacer el amor con Hugh, quien tampoco había insistido.No podía parar de pensar en Reese. ¡Estaba loca!
No tenía ganas de pararse de la cama, su prometido había salido temprano, probablemente a ver a su amante y Rachel había ido a clases de yoga en el hotel. Por primera vez en su vida no quería ganar, no quería resaltar, no quería ser la Stella de siempre.
Solo quería quedarse entre las sábanas, hacerse pequeñita y dejar de invocar la memoria del hombre desconocido que había ligado en la playa. ¿Qué le sucedía? Había estado con hombres al azar y al día siguiente estaba como si nada hubiera pasado. ¿Qué era diferente entonces? ¿Qué tenía él de especial?
Su propuesta aún taladraba su cabeza, estúpidamente todavía la estaba considerando y la mini Rachel en su cerebro le daba azotes mentales. «¿Qué haces, tonta?», le gritaba repetidamente, pero se sentía tan extraña, con ganas desconocidas de querer hacer algo distinto, algo que no era propio de ella.
Decidió entonces llamar a su prometido y más tarde a Juliette, necesitaba un golpe de su realidad que la hiciera regresar a la normalidad, dejar de pensar en fantasías pasajeras y concentrarse en su futuro, en quién sería después del domingo: Stella Lambert.
Buscó el nombre de su pareja en su móvil y realizó la llamada, el teléfono timbró varias veces por un largo rato, pero no hubo respuesta. Stella frunció el ceño, ¿por qué no le contestaba? Volvió a insistir dos veces más y la cuarta vez obtuvo una respuesta. Una muy agresiva.
—¡Estoy ocupado, Stella!— le gritó entre dientes dejándola anonadada. Él jamás le había hablado de esa forma. Sintió un pinchazo en el pecho, ¿qué había hecho mal?
—Yo...— balbuceó, por primera vez en su vida, sin nada que decir —Lo siento.
Colgó con un gusto amargo en su boca y garganta. Sintió el horrible sentimiento de vacío en su pecho y las detestables ganas de llorar que hacía un tiempo no sentía. ¿Por qué de repente todo estaba yendo mal?
Quitó con rabia la pequeña lágrima que escapó de su ojo izquierdo. «¡No eres débil, Stella!», se gritó a sí misma. Se puso de pie y caminó hasta el espejo del baño. Se miró allí por largos segundos y dibujó una sonrisa carente de gracia en su rostro.
—Eres Stella Greene, tú nunca lloras, nunca pierdes, no eres una tonta debilucha, te vas a levantar, pondrás una linda sonrisa en tu rostro y conseguirás todo lo que quieras a cualquier costo, si necesitas humillar, humillarás, si necesitas robar, robarás, si necesitas que te odien, te odiarán. No permitirás que nadie jamás te arrebate lo que te pertenece— se dijo con voz trémula.
Había repetido el mismo discurso frente al espejo una y otra vez desde los diez años. Su madre le había obligado a memorizarlo y desde entonces esas palabras habían sido su empujón a la vida.
—Vamos, tienes una boda que terminar de planear.
Se dio algunos golpecitos en el rostro para terminar de despertarse y decidió darse una ducha. Tenía ganas de correr a recepción y descubrir la habitación de Verónica, quería saber si estaba allí con ella, si por eso le había gritado. Él había cambiado mucho desde que llegaron a Orlando, ¿acaso la prefería más a ella? No quería pensar que Hugh cancelaría su matrimonio.
Se vistió tan deslumbrante como siempre, con hermosos atuendos y elegante maquillaje. Siempre era la mujer que querían los hombres, trabajaba en ella y su figura a diario para ser merecedora del amor de Hugh, y él se iba con otra y la despreciaba de esa forma. La hacía sentir insignificante, una muñeca reemplazable.
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My Favorite Sin (+18)
RomancePecado es una palabra que puede interpretarse de muchas formas. Stella lo sabía y tampoco le importaba, ella no creía en tal cosa. No creía en un castigo divino o terrenal. Ella hacía lo que quería, como su madre le había enseñado. Amar no era un pe...